A veces me
llevan los demonios y me pongo violento. No distingo entre eficacia y talento.
Se me meten dentro las ganas de agarrar un taburete y destrozar el mobiliario.
Me imagino divinos momentos, paradisíacos escenarios, en los que me tientan, me
retan a golpear y golpeo hasta dejar de distinguir las facciones. Fantaseo con
la idea de estrujar la garganta de algún patán y coserlo a hostias. Y en esas
divago y vuelo, y me revuelco en la rabia, a falta de labia que te ponga en
celo. Y recuerdo aquella vez que le crucé la cara a un simpático muchacho que
se pasó de la raya. Bueno, me dijiste al oído, me he puesto cachonda.
Ahí supe que
no eras para mí, sino para otro más violento.
Continuar ahí fue
como navegar con el viento en contra.
Quizás te faltaron hostias para quedarte aquí dentro.
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