Existe, en el amor, un
riesgo que se adhiere a la neblina de los enamorados. Se adviene en sus
corazones el deseo aparentemente inviable de unirse, de perderse el uno en el
otro y, así, perdiéndose, se dejan de distinguir ellos mismos.
Hay quien cede a ese
deseo, quien se entrega de lleno al amor para aceptar gustoso el destino de
perderse.
Por eso se entiende la
posición de quien, aun admirando lo enamorable, permanece a la vera de quien no
ama. Permanece donde sabe que no hay riesgo de desaparecer entre la amalgama de
dos que se diluyen. Permanece donde se sabe uno, el inquebrantable uno, altivo
de saberse fuertemente adherido a sí. Indisoluble.