viernes, 23 de agosto de 2024

Como se cuidan los pobres

 

Sí. Supongo que sí me quiso. Pero su destrozo le vino grande. No tuvo hilo para remendar todo lo que fue rompiendo. No tenía ladrillos para construir los muros que fue destruyendo. Y viendo aquel panorama le invadió la desgana y se largó con su martillo a otro lugar que siguiera intacto. Total, tampoco quedaba mucho más que romper por aquí.

No me quejo del desinterés, de la flojera de la mano que no sujeta mi tacto, de las fotos que quemé pa no ver que un día sí que me quiso. No me quejo del vicio que le entraba por las narices. Qué sé yo… quizás era yo el que me drogaba poco, y poquito a poco uno se aburre con quien no debuta. No me sofoco, porque tampoco es que se pueda agarrar a alguien de los hombros y decirle, “quiéreme, hija de la gran puta”. Estoy tranquilo, porque no es difícil encontrar sustituta y con todo lo vivido me siento invencible. Si nadie es imprescindible, ¿qué derecho tengo yo para la disputa? ¿Qué pido en reclamaciones, si las fotos de la toscana ya no computan?

Nada. Niña. Nada.

Los remiendos los puse de mi bolsillo, igual que los ladrillos y los azulejos. Me he dejao las paredes del pecho alicatás y me devuelve un reflejo en el que sí me reconozco. Solo me queda un ojalá, canija, el deseo y consejo de un hombre noble.

Que aprendas a alicatarle el pecho a otro.

Es así es como nos cuidamos los pobres.

viernes, 16 de agosto de 2024

Ahí supe que no eras para mí, sino para otro más violento.

 

A veces me llevan los demonios y me pongo violento. No distingo entre eficacia y talento. Se me meten dentro las ganas de agarrar un taburete y destrozar el mobiliario. Me imagino divinos momentos, paradisíacos escenarios, en los que me tientan, me retan a golpear y golpeo hasta dejar de distinguir las facciones. Fantaseo con la idea de estrujar la garganta de algún patán y coserlo a hostias. Y en esas divago y vuelo, y me revuelco en la rabia, a falta de labia que te ponga en celo. Y recuerdo aquella vez que le crucé la cara a un simpático muchacho que se pasó de la raya. Bueno, me dijiste al oído, me he puesto cachonda.

Ahí supe que no eras para mí, sino para otro más violento.

Continuar ahí fue como navegar con el viento en contra.

Quizás te faltaron hostias para quedarte aquí dentro.

jueves, 15 de agosto de 2024

La sucursal del infierno.

 

Han abierto una sucursal del infierno en la esquinita de mi barrio. Venden besitos a tres, decisiones flexibles y cerveza a buen precio. No hay necio que no pase a echar un buen rato, novatos aleccionan a doctores escuchando los errores que cometieron y el camarero escucha atento el silencio de los más borrachos. Beben despacio quienes tienen acciones de esta franquicia, saben que la codicia que te regala la noche, te arrebata la mañana, la tarde y el coche si está mal aparcado.

Que ya se sabe que la grúa no tiene clemencia con estos asistentes.

Han abierto una sucursal del infierno en la esquinita de mi barrio y soy parroquiano persistente. Un escenario proclive a la indecencia, lengüetazos en las comisuras, dimisión de la mesura que se agarra a la inocencia. No hay prudencia. Ofrecen poper a la verita del baño, y se te mira a los ojos al esnifar, para que a uno le de por pensar que las pupilas de mapache no son un bache de la belleza, sino su textura. Como si esa apertura de párpados me tuviera ya enganchado. Hay alemanes recién llegados esnifando cocaína en el reino nazarí. ¿Qué hacías ahí? Me dice una vecina que cocina sus avíos pal puchero. Que un día tonto me prestó romero pa un aliño. Que me hace un guiño de ventana a ventana los días que la sucursal del infierno no me roba las mañanas.

«Vivía», «moría», «bailaba», le contesto a la vecina y sueño que un día se anima a bajar conmigo.

Pero no se lo digo, aunque quiero. Ya noto cómo el puchero huele rico.

¿Quién baja a los infiernos agarrando con las manos un trocito de cielo?

¿Quién quiere bajar a los infiernos habiendo un plato de pucherito?