Sí. Supongo
que sí me quiso. Pero su destrozo le vino grande. No tuvo hilo para remendar
todo lo que fue rompiendo. No tenía ladrillos para construir los muros que fue
destruyendo. Y viendo aquel panorama le invadió la desgana y se largó con su
martillo a otro lugar que siguiera intacto. Total, tampoco quedaba mucho más
que romper por aquí.
No me quejo
del desinterés, de la flojera de la mano que no sujeta mi tacto, de las fotos
que quemé pa no ver que un día sí que me quiso. No me quejo del vicio que le
entraba por las narices. Qué sé yo… quizás era yo el que me drogaba poco, y
poquito a poco uno se aburre con quien no debuta. No me sofoco, porque tampoco
es que se pueda agarrar a alguien de los hombros y decirle, “quiéreme, hija de
la gran puta”. Estoy tranquilo, porque no es difícil encontrar sustituta y con
todo lo vivido me siento invencible. Si nadie es imprescindible, ¿qué derecho
tengo yo para la disputa? ¿Qué pido en reclamaciones, si las fotos de la
toscana ya no computan?
Nada. Niña.
Nada.
Los remiendos
los puse de mi bolsillo, igual que los ladrillos y los azulejos. Me he dejao
las paredes del pecho alicatás y me devuelve un reflejo en el que sí me
reconozco. Solo me queda un ojalá, canija, el deseo y consejo de un hombre noble.
Que aprendas a
alicatarle el pecho a otro.
Es así es como
nos cuidamos los pobres.