Yo sé de dónde vienes,
pensé, te besé cuando aún no éramos conscientes de nuestro origen, justo antes
de que nuestra procedencia comenzara a separarnos. Pero a mí no se me olvida,
niña, de dónde vienes, como a ti no se te debe olvidar de donde vengo yo.
Recuerdo tus almohadas de algodón, el precio de tu casa y tu uniforme al volver
del colegio de pago, tu piso del centro pagado justo enfrente del mío
embargado. ¿Crees que me intimida tu posición? ¿Acaso tu soberbia debería
empequeñecerme? Guarda esa mirada para los de tu clase niña bonita, a mí no me
engañas. No eres más que una novata, una cría que apenas empezó a vivir. Lo que
ganaste, lo ganaste por venir de donde vienes, quizás lo sepas, pues, a pesar
de todo, eres inteligente. Quizás el saberlo te torture y por eso me miras así,
como un perro abatido, como a quien le obligaron a derramar su potencial por la
alcantarilla.
Pero no dije nada, la
saludé educadamente y me pedí otra cerveza antes de volver con mis amigos.
---
Ya sé lo que me vas a
decir, niño perdido. Que todo lo que conseguiste fue por mérito propio, pero yo
también sé de donde procedes. De las tres casas en propiedad de tu familia, de
los coches pagados al contado y de la educación excelente. Ya sé lo que me vas
a decir. Que fuiste rico a una edad en la que ser rico no significaba nada. Y
aun así lo fuiste, mi pobre niño perdido, desechaste tu potencial por no luchar
con todas tus fuerzas. Es cierto, nada tiene que recriminarte quien recibió
facilidades económicas en la universidad. Pero no te engañes. Que tu orgullo no
nos aplaste. Tu pecho hinchado por tus méritos no cubren lo que en realidad te
tortura. Y es que luchas a capa y espada para construir edificios que ni si
quiera sabes si te gustan. Por eso sigues perdido, no porque seas pobre. Aquí
los dos tenemos que callar. Pero al menos yo no estoy perdida.
---
“Por supuesto que no lo
estás, te pagaron el camino niña bonita”