Estaba tumbado en el sofá, un capítulo de la serie sucedía al siguiente, que se reproducía de forma automática. Y entre los capítulos, la estufa y la copiosa comida, me entró el soponcio y me dormí. Cuando desperté habían pasado dos horas, me estiré y tras unos minutos de mirar al techo, en un acto de voluntad me incorporé, me puse mis zapatillas y deambulé hasta el cuarto de baño, meé y me miré al espejo.
Volví al salón y me senté frente al ordenador de nuevo, en la pestaña de Netflix busqué Facebook, y comencé a bajar la barra mirando las novedades que ofrecían los perfiles que tenía como amigos.
Tras cuarenta y cinco minutos, un artículo sobre los "mileniars", dos titulares de "elmundotoday", y una noticia sobre cómo Justin Beiber desprecia a sus fans, cerré la pestaña. La volví a abrir, había olvidado ver si Alba me había contestado. No lo había hecho, pero lo había leído. Cerré la pestaña y puse jazz en youtube, Richard Bona, para ser exactos. Me levanté y miré por la ventana, como quien mira un zapato a las cuatro de la mañana al volver borracho a casa.
Me dirigí a mi cuarto con el portátil en la mano y comencé a hacer ejercicio, un poco de sombra de boxeo antes de las flexiones y sentadillas, luego algo de abdominales y tríceps apoyándome en la mesita de noche. Al terminar me duché y, entre la dubitativa de ponerme el pijama o los vaqueros y los zapatos, opté por la primera opción.
Me preparé una tortilla en un bocata y me puse Netflix de nuevo. A mitad de capítulo me quedé dormido y me levanté a las cuatro de la mañana con media temporada reproducida y la molesta necesidad de irme a la cama. Pasé por el baño y con la torpeza de quien se acaba de levantar me lavé los dientes. Quité la ropa sobre mi cama y me acosté.
Cuando sonó la alarma no estaba listo para levantarme, seguí durmiendo dejando que sonara cada diez minutos. Cuando quedaban cincuenta minutos para llegar a clase me levanté. Me preparé un té mientras encendía el ordenador, volví a poner jazz, el concierto de Richard Bona sonaba justo por donde lo había cortado y con ese sonido acompañándome me quedé mirando a la ventana por unos minutos. Preparé la mochila y me fui a clase.
Tras cuatro horas de clase me dirigí a casa y puse a precalentar el horno. El día anterior comí pasta, y como no me apetecía preparar nada con un mínimo de elaboración, me zamparía la pizza que compré haría tres días.
Con la pizza en mano me tumbé en el sofá. Un capítulo de la serie sucedió al siguiente, que se reproducía de forma automática. Y entre los capítulos, la estufa y la copiosa comida, me entró el soponcio y me dormí.