Uno viaja, aparca en un lugar nuevo. Nuevo: aquel en el que jamás ha puesto un pie. Llega con ropa vieja, con zapatos gastados, con la piel curtida y, mecido en su propio temblor, se da cuenta de una evidencia: no existe referencia alguna de él, puede ser quien le venga en gana. “¿Quién quiero ser?” se pregunta uno como precedente de la siguiente pregunta obligada: “¿Quién soy?”
Nadie, nada.
Poco más que un mosquetón que busca el anclaje que le sirva de referencia, que le
diga “estás aquí, ahora ya puedes definirte en función de mí”.