Nuestro pasado es,
literalmente, toda nuestra vida a excepción de un instante.
Dejamos a la espalda
nada más y nada menos que toda nuestra identidad, una identidad al cargo del
nimio instante que manda acontecer al pasado.
Cuelga de nuestro
instante toda la identidad que lo apuntala, que lo sostiene para ser el
encargado de la a suma a la identidad pasada.
El niño tímido, el
inexperto adolescente, el joven sin blanca (más aún si cabe), el corazón
arrebatado, la confusión amorosa, la torpeza en el querer, el daño, la falta de
trabajo, las ganas por el suelo, el miedo, el terror, la pereza, la puta pereza
de los cojones. El llanto, el sexo, las risas, el alcohólico literato
pretencioso de mierda del amor a la escritura como mantra.
Soy todo ello menos un
instante,
Pero el instante manda.
El instante manda.
El instante manda.
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