Llegué a
aquella fría habitación de blancos azulejos y ausencia de decorado, en la que
solamente se erguía sobre el suelo una cama cuyo colchón parecía aun por
estrenar y sobre el que reposaban unas sábanas de blanca pulcritud, una raída
mesita de noche de madera languidecía a su lado, tan sólo les acompañaba una
solitaria ventana de marcos metálicos que ya su simple contemple estremecía.
Entró alguien.
-¿Y bien?
Su postura le delataba, no
era como los demás… bah, qué estupidez, nadie es como nadie y a su vez siempre
se pueden encontrar puntos en común en dos personas distintas y el único objeto
de distinción es la propia sensación que produce hablar con cada cual. Es
decir, tan sólo varía nuestra impresión y reacción ante el estímulo del
comportamiento de otra presencia. Dejé de pensar y contesté.
-Y bien ¿Qué?
-Bueno, tu eres el que ha
venido, si quieres comenzamos con absurdas presentaciones que sabes que sobran,
pero creo que ya crees que debes hablar.
-Para hablar he venido, ya
lo sabes.
-¿Sobre algo? ¿Algo que te
preocupa?
-No –giré la cabeza y miré a
la ventana que desembocaba en un mundo fuera de aquella habitación, volví a
mirarle–, bueno, no exactamente. Tan solo…
-Tan solo quieres hablar.
-Exacto.
-Hummm –posó el nudillo de
su índice derecho sobre su barbilla y recorrió unos cuantos pasos hacia adelante
y hacia atrás, oscilantes y sin dirección, parecía usarlos como apoyo de alguna
reflexión que cavilara–, hablar es importante –dijo finalmente.
-Lo es ¿puedes hablar?
-No –sonrió–, claro que no,
bueno, al menos no porque yo quiera ¿entiendes?
Volví a mirar por la
ventana.
-Me cago en tu puta madre.
-¿Qué?
Sonreí y encajé mis ojos en
los suyos.
-Que me cago en tu puta
madre.
Él sonrió y posó su mano en
mi hombro.
-Anda, relájate y siéntate –ejerció
fuerza para hacerme caer en la cama.
Por un momento me sentí
tentado, quería llorar, golpear la almohada hasta quedarme dormido, quería que
pasara todo de una vez, quería dormirme y quizás con mucha suerte esperar que
mañana apareciera de nuevo, al fin y al cabo…
-Mañana será otro día.
Quizás fuera el hecho de que
aquellas palabras las dijese él y no yo, por mucho que yo las pensase, lo que
me hizo salir de su sibilina tentación, lo que me hizo apretar los dientes, y
lo que provocó que su intento de amansarme se convirtiera en provocación.
Mi puñetazo fue contundente
y directo al mentón, cayó al suelo desconcertado.
-¿Qué?.... ¿¡Qué coño
haces!? –dijo incorporándose con la mano en su pómulo.
Sonreí mientras lo levantaba
por la pechera.
-Tío, tranquilo joder, ya
sabes que no es culpa mía joder –protestaba nervioso mientras lo arrastraba por
la habitación.
-Que te calles hostias.
-No, joder, no, tío, estás
loco, esto no debes hacerlo, ¡las cosas no funcionan así! –definitivamente ya
había averiguado mis intenciones.
-A tomar por culo –sentencié.
Su espalda se encargó de
hacer trizas los cristales de la ventana y el cuerpo de aquel pobre diablo
golpeó el césped sobre el que se erguía el edificio de esa maldita habitación
en que esperaba a aquel desgraciado cada día. Agradeciendo cuando venía y
maldiciendo cuando se ausentaba.
Salté por la ventana y me
dirigí hacia el mundo fuera de aquella habitación.
Y mientras sentí el viaje
transformado en el camino que corría bajo mis pies, pensé que el mejor disfraz
del enemigo es el que lleva tus ojos y te mantiene en vilo, al filo y con la
esperanza volver a la preciada situación de reposo.
Paré un instante, di media
vuelta y me puse en cuclillas frente a ese cuerpo malherido y semiconsciente.
-¿Qué cojones quieres ahora?
–preguntó tosiendo.
Hurgué sus bolsillos y me
agencié su paquete de tabaco así como su mechero.
Le sonreí mientras me
encendía un cigarro y me largué.
Porque es cierto que sabía
que mis demonios seguirían atacando
Pero colega… yo ya no me
quedo esperando.