jueves, 24 de abril de 2014

¿Suéltalo? Déjame suelto

-Dime –sus ojos se anclaban en los míos, muy abiertos, expectantes ante la premisa que yo acababa de anunciar. “Guárdame el secreto”.

Inspiré hondo, no sabía cómo decirlo, y alguna maldita fuerza ajena a mi voluntad me empujaba a soltarlo, tenía que contárselo aunque no debiera. Una gota de sudor se deslizó lentamente desde mi sien hasta mi barbilla para terminar goteando sobre la mesa. Bajé la cabeza y comencé a golpearme la frente con las manos entrecruzadas usando la articulación de mis dos pulgares, esperando a tener el valor suficiente para abrir los ojos, entornar la mirada y contarlo de una vez.

               -Yo… -dije aún cabizbajo…

                Entonces lo supe, entonces caí en la cuenta de lo que de verdad cuenta y aposté por dejar paso a esa pícara sonrisa de autosuficiencia y seguridad que me dio la fuerza para levantar la mirada y guiñarle un ojo antes de emprender camino hacia la salida del local.


                Sabiendo…


               Que cuando la carencia alcanza tus raidos bolsillos y te deja con la estúpida necesidad de buscar apoyo, de buscar a algún pobre infeliz que posea unos oídos con canal directo hacia una retórica que pueda transformar la desesperación de sentirse vacío en consuelos y sonetos…



Habrás de preguntarte…



Qué cojones tiene un hombre…




Si carece de secretos.

miércoles, 23 de abril de 2014

Desconexión por gritos.

Fue entonces cuando desconecté, os lo explicaré.

Fue como un contacto en mi cabeza, un clic que retumba, dos axones que se entrecruzan para darte el beneficio y la bendición de abrir los ojos, y de repente todo se presentó claro, diáfano, transparente como el cristal que me permite apreciar el preciado cuerpo de la vecina cuando se ducha. Fue entonces cuando lo vi sin precintos, sin vendas que vetaran lo que antes fue penumbra, fue entonces cuando me di cuenta de mi perspectiva y de lo que la misma alumbra.



Soy yo,


Estoy aquí.


Y estoy vivo.



Y si bien no existe hombre que se precie si no tiene por qué luchar.


El precio del hombre que camina sin batallas que librar es nulo.


Y no hubo bulo que me impidiera respirar profundo al pensar...



"¿Me escuchais? no habéis acabado conmigo"











https://www.youtube.com/watch?v=Sgpvh5CWtz4

viernes, 18 de abril de 2014

Ahora sí.

 Llegué a aquella fría habitación de blancos azulejos y ausencia de decorado, en la que solamente se erguía sobre el suelo una cama cuyo colchón parecía aun por estrenar y sobre el que reposaban unas sábanas de blanca pulcritud, una raída mesita de noche de madera languidecía a su lado, tan sólo les acompañaba una solitaria ventana de marcos metálicos que ya su simple contemple estremecía. Entró alguien.
-¿Y bien?
Su postura le delataba, no era como los demás… bah, qué estupidez, nadie es como nadie y a su vez siempre se pueden encontrar puntos en común en dos personas distintas y el único objeto de distinción es la propia sensación que produce hablar con cada cual. Es decir, tan sólo varía nuestra impresión y reacción ante el estímulo del comportamiento de otra presencia. Dejé de pensar y contesté.
-Y bien ¿Qué?
-Bueno, tu eres el que ha venido, si quieres comenzamos con absurdas presentaciones que sabes que sobran, pero creo que ya crees que debes hablar.
-Para hablar he venido, ya lo sabes.
-¿Sobre algo? ¿Algo que te preocupa?
-No –giré la cabeza y miré a la ventana que desembocaba en un mundo fuera de aquella habitación, volví a mirarle–, bueno, no exactamente. Tan solo…
-Tan solo quieres hablar.
-Exacto.
-Hummm –posó el nudillo de su índice derecho sobre su barbilla y recorrió unos cuantos pasos hacia adelante y hacia atrás, oscilantes y sin dirección, parecía usarlos como apoyo de alguna reflexión que cavilara–, hablar es importante –dijo finalmente.
-Lo es ¿puedes hablar?
-No –sonrió–, claro que no, bueno, al menos no porque yo quiera ¿entiendes?
Volví a mirar por la ventana.
-Me cago en tu puta madre.
-¿Qué?
Sonreí y encajé mis ojos en los suyos.
-Que me cago en tu puta madre.
Él sonrió y posó su mano en mi hombro.
-Anda, relájate y siéntate –ejerció fuerza para hacerme caer en la cama.
Por un momento me sentí tentado, quería llorar, golpear la almohada hasta quedarme dormido, quería que pasara todo de una vez, quería dormirme y quizás con mucha suerte esperar que mañana apareciera de nuevo, al fin y al cabo…
-Mañana será otro día.
Quizás fuera el hecho de que aquellas palabras las dijese él y no yo, por mucho que yo las pensase, lo que me hizo salir de su sibilina tentación, lo que me hizo apretar los dientes, y lo que provocó que su intento de amansarme se convirtiera en provocación.
Mi puñetazo fue contundente y directo al mentón, cayó al suelo desconcertado.
-¿Qué?.... ¿¡Qué coño haces!? –dijo incorporándose con la mano en su pómulo.
Sonreí mientras lo levantaba por la pechera.
-Tío, tranquilo joder, ya sabes que no es culpa mía joder –protestaba nervioso mientras lo arrastraba por la habitación.
-Que te calles hostias.
-No, joder, no, tío, estás loco, esto no debes hacerlo, ¡las cosas no funcionan así! –definitivamente ya había averiguado mis intenciones.
-A tomar por culo –sentencié.
Su espalda se encargó de hacer trizas los cristales de la ventana y el cuerpo de aquel pobre diablo golpeó el césped sobre el que se erguía el edificio de esa maldita habitación en que esperaba a aquel desgraciado cada día. Agradeciendo cuando venía y maldiciendo cuando se ausentaba.
Salté por la ventana y me dirigí hacia el mundo fuera de aquella habitación.

Y mientras sentí el viaje transformado en el camino que corría bajo mis pies, pensé que el mejor disfraz del enemigo es el que lleva tus ojos y te mantiene en vilo, al filo y con la esperanza volver a la preciada situación de reposo.

Paré un instante, di media vuelta y me puse en cuclillas frente a ese cuerpo malherido y semiconsciente.
-¿Qué cojones quieres ahora? –preguntó tosiendo.
Hurgué sus bolsillos y me agencié su paquete de tabaco así como su mechero.
Le sonreí mientras me encendía un cigarro y me largué.





Porque es cierto que sabía que mis demonios seguirían atacando

Pero colega… yo ya no me quedo esperando.

martes, 8 de abril de 2014

Lo que surje y lo que no surje.

Las copas nos acompañaron durante toda la velada, y resbala aún por tu barbilla los restos del agua que usaste para lavar tu temperatura, no es difícil imaginarlo, llegaste al baño, azotaste tu rostro con tus manos llenas del agua que recogiste del grifo y te miraste al espejo, te empeñaste en negar con la cabeza y pusiste dirección al pasillo.

Y al tirar del pomo.

Ahí estaba yo, con mi sonrisa ladina y mis mil intenciones ocultas bajo un manto de misterio que se dedica a camuflar una analogía entera de poemas bajo tres gestos: un guiño, una sonrisa, y el más importante, la presión de mi mano en la cintura.

Desanduve el camino andado por la gota empeñada por asistir a tu barbilla mientras presionaba tus caderas en una profunda búsqueda de tus suspiros, se acelera tu respiración, y mientras yo estoy pendiente de liberarte de la ropa es justo cuando a ti te entran las prisas, entreabres tu boca y arrancas mi camiseta para pasear a base de arañazos por mi espalda, abro la mano que se deslizó por tus caderas y la dejo ascender para agarrar con fuerza tu costado, me abrazas con tus piernas y sientes la tensión de los músculos de mi brazo apretando tu espalda. Te acercas a mis oídos para escupir el más bello de los sonidos, mientras tus caderas siguen en combate perpetuo por la búsqueda de más gemidos.




Me llamaste, 

me dijiste: 

¿Te vienes a mi casa?



A los 20 minutos estábamos follando. 






Luego me fui.