Hace tiempo que no tengo
tiempo y que me empeño en robármelo con esmero, como si quisiera que me sobrara
tanto que su latrocinio lo sintiera como un regalo.
Hace tiempo que no tengo
tiempo, que lo gasto en el desgaste que me produce un trabajo bien remunerado
que me paga la independencia de mis padres y de mi corazón malogrado.
Hace tiempo que me empeño
en el arenoso penar de los que se perdieron, porque al madurar aprendieron, a
lo mejor con cierto tino, que quizás ya no hay tiempo para perderse, porque uno lo debe aprovechar sabiamente en sentirse perdido.