Dijeron que habíamos de
permanecer en el camino, que salirse era perderse y perderse significaba no
tener la posibilidad de volver a la seguridad de las vías. Todos escogieron
caminos, todos supieron que hacer con sus pies, sus tobillos parecían ir
acordes al chirriante sonido unas neuronas seguras, decisas, altivas. La duda
no incurría en tropiezo alguno ni parecía que las piedras incomodaran a los
caminantes, si es que acaso había piedras en aquellos elegidos caminos y atrás
nos quedamos los ajenos al groso de “todos”.
Nosotros somos los
perdidos, los que escogimos escaparnos del camino y no terminamos de encontrar
uno que sea honesto, los que vagan por el bosque y solo distinguen un asqueroso
baile de sombras, los que ven el camino pero de lejos y envidian la seguridad
de aquellos caminantes que, ignorantes, caminan con seguridad sobre hipocresía.
Esos somos nosotros.
Los inseguros por honestos que prestos escapan de la mentira en acto y del
contacto del alardeo responsable. Esos somos nosotros, los que conservan la
ética de la prematura juventud habiendo crecido y que solo les deja ser testigos
sin participación plena.
Esa es la situación de
los perdidos, heridos por mantener la moral en la era de la contradicción.