No tenía entre mis manos
nada que probara lo indicados que éramos el uno para el otro. Nada que dijera
si quiera que éramos carne de química. Si la esperanza hubiese esperado, lo
hubiera hecho adherida a la carencia por antonomasia.
Y, aun así, la seguía
queriendo ver.
Algo dentro de mí decía
que las miradas no mienten.
Y que me moría por que
me mirara exactamente igual que la primera vez.
Las posibilidades nacen
del atrevimiento ante lo carente.
Y la comedia, de ver a
las grandes posibilidades caer.
En un bar garrapatero de
Graná se muere un recuerdo lentamente.
Y, también, con él, todas
y cada una de las cosas que nunca van a ser.