Tienen los árboles corteza con la que separarse, tienen los hombres certezas a las que acostumbrarse, amargura heredada y presencia que suelen perder.
Dicen los globos que se
hinchan porque es lo que saben hacer.
Dicen los hombres que
viven bajo su propia merced, pero los veo desaparecer con el lánguido paso
hacia la muerte antes de llegar a término.
El desvanecimiento les
eleva a un estado de inconsciencia sin retorno. Quizás fue el contorno de porno
sacado de contexto, el sexo que a todos nos hace perder la cabeza o la
necesidad de adquirir certezas con premura para mostrar una identidad.
Los hombres nos comemos
entre sí y, en lo que nos comemos, nos perdemos para siempre.
Quizás, a veces, nos
salvemos por los instantes en que nos adherimos al presente y respiramos. Y el
oxígeno, que nos oxida sin quererlo, nos llena los pulmones, y sentimos el frío
que las manos nos corta, y sonreímos con una bufanda robada de una fiesta
viendo como el aire se condensa en la boca que uno muere por besar, sabemos
también del mar y de la ropa mojada que moja la ropa de uno y vivimos sabiendo
lo que cuesta, conociendo lo que se soporta.
Y caminamos sabiendo
que nos morimos poco a poco
y que eso poco importa.