lunes, 26 de diciembre de 2016

La lucidez de la ignorancia de un niño.

Estando yo en un puesto de trabajo que consideraba de nula importancia me ocurrió algo asombroso, algo que, por su sutileza, bien pudiera haber pasado desapercibido.

Un muchacho que podía rondar los trece años comenzó, como cada día que bajaba a la piscina, a charlar conmigo sobre las viscitudes que pudieran preocupar a una mente como aquella, casi sin pretenderlo comencé a hablar de política, y a una pregunta mía respondió, sonriente y con asombrosa lucidez:

-Yo no entiendo de eso, ¡soy un niño!

Él fue consciente de su falta de información y experiencia, ¡torpe de mí! pretendiendo obtener opinión de quien carece de la información necesaria, ¡torpe de mí! que dí mi opinión en aquellos momentos en que apenas sabía de lo que hablaba, ¡torpe de mí! que consideré válida cualquier opinión si se dijo con el aplomo necesario para encontrar un asentimiento enfrente ¡torpe de mí!

¡Torpe de mí! que discutí con mi primera novia sobre la veracidad de mi idea de amor. "¿Mi idea de amor?" pienso ahora, ¡Como si yo pudiera abarcar tanto! ¡Torpe de mí! ¡Torpe de mí y torpe de aquel que creyó que con quince años pudo abarcar tanto! ¡Torpe de mí cuando me dije "yo lo comprendo"!

Cuando debí decir:

-Yo no entiendo de eso, pero estoy aprendiendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario