Imaginé que lloraba y siendo un llanto, imaginé que, por no verlo, era uno de esos que nunca vi, no de necesidad desesperada, no de inmadurez supina y de brazo alargado para agarrar lo que luce inalcanzable, no, ese no era el llanto que vi.
El llanto que vi era un llanto lúcido y consolado, tratado con el mimo con el que se tratan las cosas importantes, con cuidado de no romperse, mecido en sus propias lágrimas, sabiéndose ausente de toda sátira, un llanto suave de seda.
Un llanto que se sabía sincero.
Supongo que sería por eso por lo que temblé.
Me daba miedo.
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