Tenemos una vida que no nos gusta, una necesidad de acusar con el dedo el defecto ajeno, un dedo, por cierto, monstruosamente defectuoso, la incapacidad de estar callados, tenemos la inquietud de explayar nuestro ego hasta el límite que tapona nuestros oídos.
Tenemos una ausencia de vitalidad tal que nuestras ojeras modelan nuestra apariencia y la transparencia se vende como terapia infalible, tenemos que estar bien y contarlo, que estar bien expresarlo, tenemos que estar mal y explicarnos, y solucionarlo.
-¿Cómo estás?
-Bien.
Tenemos que estar bien, aunque nos vaya mal, aunque no queramos, aunque no lo estemos, para que nuestra respuesta sea meritoria si el contexto no acompaña o para que ésta sea orgullosa si acaso el contexto se postra a nuestros pies gracias al propio esfuerzo.
Hemos de estar bien, todo lo que en nuestra mano sea posible, porque parece imperceptible la evidencia de culpabilidad que supone, sea cual sea el motivo, el estar jodidos.
Hemos de estar bien, porque, por encima de todo, es la manera más sencilla de garantizar que estamos dormidos.
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