En la hondanada de los pasos caminando hacia el horizonte estaba yo, más borracho que el que más lo afirmaba y más afirmante que el que alegaba el no saber nada y aun así lo sabía, sabía que no era nada, que no era más que tres palabras mal encadenadas, que no es más que la soltura que se engarza entre la escultura de cuatro sílabas mal paradas, y aun así, (como dijo ella) me gustaba, aunque nadie puliera esa mirada, aunque no hubiera esas incoherencias tan exactas. Exacto, como un reloj permanezco exacto, atento a la permanencia de lo que no pretende cambiar y me quedo con el cambio. Cambiando el detalle que nos trajo hasta este punto supone tanto como el trueque por una coma.
Pero. ¿Quién querría cometer mis errores? Te lo prohíbo.
¿Quién querría enfangar mis pies hasta donde yo lo hice? No lo recomiendo.
¡Cuánto sufrí yo por mis pecados! ¿Cómo mandaría yo a pecar a otros fieles? ¡¡¡Desertor!!!
-¿Y usted? ¿Qué piensa de sus pecados?
-Tanto mis pecados como mis aciertos han sido la clave usada como condición necesaria como para que yo existiera y estuviera tal y como existo y estoy. Soy una gran persona.
¿Cómo iba a prohibir que otros siguieran mi camino?
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