martes, 17 de diciembre de 2019

Los ladrones de lo nuestro.


Y, cuando nos dimos cuenta, nos lo robaron convenciéndonos de que no lo necesitábamos.

Metieron las manos en nuestros bolsillos mientras nosotros tratábamos, raquíticos, de alimentarnos presionando con los codos al costillar que tratara de cazar lo poco que nos podría nutrir.

Y como no teníamos en el bolsillo más que la tela adherida al pantalón, tiraron de ella y nos arrastraron a lamer piedras. Y lo contemporáneo nos sabe a silicio. Sabor seco y metálico. Y sonamos huecos y nostálgicos de una época que no vivimos, exigiendo lo poco que podemos, pero siempre dentro de la ventana de Overton.

Hay una pugna constante por este robo generalizado. Hemos fabricado una fábrica de estímulos que luchan entre sí por ganarse mi interés y se lo ganan aunque no me interesen, y se lo guardan aunque a mí me moleste. Y los ojos me sangran y los psicólogos no se enteran de que lo último que quiero es ser funcional.

La ansiedad y la depresión devoran a mi generación y el problema, se dice, es que no sabemos gestionar las emociones. El problema, se dice, es que nuestra toxicidad ha de tender hacia la mesura.

¿No estaremos quizás tratando de amansar a la rebeldía?
¿No estamos, acaso, señalando como locura a quien no puede aguantar tanto ladrón sin sentimientos?
Queremos que los que lloran funcionen, dicen contentos.

Y solo los cuerdos reclaman, a lágrima viva, lo suyo, lo tuyo, lo nuestro:


 “No quiero funcionar. Lo que quiero es mi puto tiempo”.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

El hilo.


Hay un hilo delgado que nos sujeta y nos suspende sobre el abismo, la fosa oscura y tragona que nos hicieron temer. Aprendimos a tener vértigo y éste nos enseñó a agarrarnos con fuerza a aquello que nos libra de aquel agujero: el hilo. Y se aprietan las tensiones de los brazos, contracturas en contacto con tendones cansados de aguantar, dolores e incapacidad de actuar creyendo que el hilo, el que nos amenaza y chantajea, es la felicidad. “Mira a los que cayeron al abismo” decimos con la soberbia impropia de quien tiembla, altivos señalamos con una manita mientras la otra se agarrota sujetada al hilo que nos sujeta.

Y retumban las voces pavoneantes por aguantar sin caer, exhibiendo sus alardes.

Y el hilo dice salvarnos de lo peor que nos pudiera suceder, y se me asemeja a Dios, miserable y eterno, y ceder a su chantaje se me antoja cobarde.

Y si esas son las opciones,

Que me coman los infiernos.

Dioses.


28/10/2018

-Hay cervezas que matan poemas, esquemas que se mantienen con los golpes, besos hechos de nada, lascivamente vacíos. Pasiones cubiertas y esperanza en los vuelcos.
-¿En los vuelcos?
-Sí, ¿qué pasa?
-No sé, me parece un poco raro, los vuelcos literalmente no existen.
-Hay cosas que no existen que matan personas, pasiones que vuelven loco, deseos hechos de trozos de flor.
-¿Qué coño dices?
-Que aquí cada uno tiene sus propios dioses.

lunes, 9 de diciembre de 2019

El camino amarillo.


Pasea un hombre pobre sobre hojas amarillas.

Con las manos en los bolsillos y un brillo triste en la mirada. Le hablan de problemas y resbalan en su espalda, le cantan que cantaba bien y no le importa, le cuentan lo que lo ajeno soporta y se ríe en silencio.

Que le hablen a él de pobreza, que de la fortaleza le tiraron. Que le hablen a él de proezas, que le ha puesto nombre a cada grano del fango. Que le hablen a él de amor, que no entiende el significado de “condición” ni le vale un cambio.

Sobre hojas amarillas pasea un hombre pobre. En una escena que sabe bonita, que le suscita que no todos los broches son de oro, ni todas las noches de despedida, ni la vida es sencilla, pero al menos respira y camina sobre un sendero hecho de otoño.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

El capitán.


“¿Dónde está el capitán?” Pregunté y escuché un llanto. “Allí” señaló la tripulación.
Allí estaba el capitán, si así se le podía llamar, con la ropa raída, chillando en el suelo, con el miedo atascado, con el celo abrazado, sin fuego y asquerosamente sucio. Golpeaba las paredes y lloraba con desesperación y desesperanza. Desesperación porque se veía incapaz de aguantar cualquier espera. Desesperanza porque no existía consuelo verde que calmara su arrebato. Lo observé un rato. Se arrastraba sobre la madera agónico, icónico iconoclasta derruido hasta sus cimientos, reducido a excremento, escarmiento mismo de su propio protagonismo.
Yo sabía lo que tenía dentro. Vacío, abismo, seísmo inmisericorde con quien trata de sostenerse, hueco hambriento del contenido que con tanto mimo se guarda, que traga hasta el hambre de su dueño.

Le pateé el hocico tanto que le arrebaté el peso de los hombros.
“Ahora yo estoy al mando” anuncié. “¿Y tú quién eres?”

¿Yo? Yo soy el fondo.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Romperse.


Escuchaba una canción dedicada a la resolución desastrosa de la guerra civil, la bufanda se ataba a mi garganta que tantas palabras se callaba. Mi chaqueta cubría las grietas abiertas y la canción seguía sonando impasible y fue el canal de mi llanto. Yo, que he aguantado golpes de colosos sentía como se me aturdían los brazos, golpeaba las grietas abiertas de mi piel contra el asqueroso suelo de aquel baño. Y las manos seguían sin sentir, se sentían morir en la rigidez por acordarse de la calidez de la suavidad de las caricias, de las caricias, las caricias. 

Qué perspicacia la mía. Como si por ser astuto me fuera a escapar de las consecuencias de las cargas a las que oposito para salvarme.

Como si por alabar la pesadez, ella fuera a tener la misericordia de no aplastarme.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Y, de repente, nos robaron la calma.

Y, de repente, nos robaron la calma. Se nos incitó a la prisa por ser la premisa que permitía nuestra madurez, por ser la condición necesaria para un paria que no se quisiera morir de hambre. Y con la calma se llevaron la profundidad y ya no hay quien tenga tiempo para cavar hondo, para asomarse a los abismos de los miedos, a la linde del recelo, al goce del júbilo que no esté de paso.

Así nos condenaron a la superficie sin preguntar lo que uno vale.

Y por necesidad nos atamos emocionados a las creencias.

Quizás para sentir ilusionados que nuestra identidad no la maneja la supervivencia.

Quizás para olvidarnos de que nos obligaron a ser superficiales.


lunes, 2 de septiembre de 2019

El beso de la muerte.

Augh, mi cabeza retumbaba, latía embotada con un pulso sordo. Pum. Pum. Pum. ¿cuánto había bebido ayer? Tenía que aprender a moderarme. Despegué con dificultad un párpado. ¿?

¿Dónde estaba? No había ningún colchón debajo de mí y mi cara pisaba un adoquín de alguna calle principal de Granada. ¿Qué coño había pasado? Probé a despegar la cara del suelo y traté de incorporarme con dificultad, me toqué la frente durante el proceso y ahí comencé a recordar. Al pasar la mano por el bolsillo me di cuenta de que me había quedado sin cartera.

Me acababan de dejar inconsciente en el suelo de un puñetazo mientras me asfixiaban. Me desperté como quien resucita de un coma y pensé que aquello que me había ocurrido debía de ser muy parecido a morirse. Al día siguiente intenté recordar con esfuerzo lo ocurrido. Me acordaba de la presión sobre mi cuello y el puñetazo, después de eso, nada. Absolutamente nada. Ni una triste despedida a la vida. Rápido, rudo y seco. Así fue como perdí el conocimiento.

Y así es como me imagino a la muerte. Sin mí. Rápida, ruda y seca.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Un hombre o mujer cualquiera.

Soy un hombre. Un hombre o una mujer cualquiera que curó los arañazos que tenía en el corazón otro hombre o mujer cualquiera que cubrió de arañazos la superficie del mío porque otro hombre o mujer cualquiera le arañó el corazón.

Y ahora, remendando, escucho las quejas de ese hombre o mujer cualquiera, que me habla de las garras de su fiera sin saber que mis entrañas se extrañan al  sentir una dentera como esa.


Porque aunque las heridas sean ajenas, las cicatrices son nuestras.

Y si pensamos que lo que nos arañó fue la torpeza y no las fieras,

veremos que un corazón sin la delicadeza de lo impune.

Sabe querer igual... o mejor.

Porque es conocedor de que permanecer inmaculado encarna el peligro de que lo sentido se esfume,

y de que querer es exponerse a ser arañado.

domingo, 11 de agosto de 2019

El cuento: Las flores de los escombros.


En mitad de un jardín las flores se miraron  entre ellas. Algunas se vanagloriaron de su belleza, otras admiraban los colores de los pétalos de enfrente, otras miraban celosas cómo se elevaban los tallos verdes de sus vecinas. Las mejores de aquel jardín conseguían reírse, tras muchos años, de su propia ironía. Reían al sentir que la tierra que las unía era la misma, reían por saber que las humedecía la misma lluvia, reían al conocer que estaban todas unidas por las raíces. Reían porque sabían que allí no había quien no floreciese y sentían ironía en su propia belleza.
Aquel jardín estaba lejos, muy lejos de una árida ruina. Lo suficiente lejos como para que sus raíces no llegaran a aquel lugar, para que la lluvia no golpeara su superficie y para que la tierra seca de allí se sintiera como fea, como ajena y como impropia. Así son los problemas lejanos; por diferentes, inexistentes. Así son los problemas de secano: feos. Y hasta las mejores flores del jardín sacrificarían la verdad por mantener su belleza. Hasta las mejores flores del jardín se cortarían las raíces para no tocar aquello que le pudriría los colores.
Pero no nos equivoquemos, las ruinas no querían de la piedad del jardín, no rezaban para que su humedad les aliviara la sequía, no deseaban que se acercaran aquellas flores. Porque en aquellas ruinas también había vida y, aunque fueran pocas, eran mejores. Las flores que aquí crecían creían en la belleza, pero no les era importante. Porque aquí, lo único valioso era vivir.
En el jardín, las flores más sabias lo sabían. Y, a veces, escuchaban reír a las flores de las ruinas en las noches más frías, y no salían de su asombro porque no entendían como podían reír así.
Y así reían las flores de los escombros. Alto y fuerte. Por ser flores donde vivir era prácticamente un milagro.
Así reían las flores de los escombros. Alto y fuerte. Y, aun sin suerte, hacían temblar a un jardín entero.

martes, 9 de julio de 2019

Circular.

Había un círculo encerrado en sí mismo que giraba y se vanagloriaba de sí. "¡Mira cómo circulo!" se decía haciendo de su círculo una algarabía de colores pero con la misma forma. Había un círculo que se cerró sin saber si uno se estorba. Y se vanagloria, pero se encorva tras el vitoreo, y prueba el ir a la contra, pero se encierra en el mismo rodeo pareciendo diferente. Y se cree un referente porque la corriente va al revés. Y parece un referente para la corriente que lo ve. Y la corriente quiere ser un referente y sigue lo diferente y entonces lo que era diferente lo deja de ser. Así que el círculo no sabe ya qué hacer, ya no se vitorea porque sabe que no hay camino bueno, que las corrientes son veneno vayas en la dirección que vayas. El círculo se quedó quieto entonces, y ahí está, como un punto brillante de bronce en medio de la oscuridad.

Un punto que es punto y punto, y que respira profundamente y que se siente.

Aunque no sepa donde va.

domingo, 2 de junio de 2019

Poco dinero se gasta uno en droga.

El secreto de la felicidad, dice un doctor en psicología congnitivista, está en el autoconocimiento de nuestro comportamiento. Y vende un efectivo remedio, y te aparta del tedio en un alarde de liderazgo, y te cura con cursos y libros el hartazgo, ¡Y te dan el secreto de la vida real! ¡Porque claro cabellero! ¡Todo lo que usted hacía estaba mal!

Y así se comercia con la necesidad hoy en día.

Como si ser completamente feliz no fuera un síntoma de psicopatía.

martes, 21 de mayo de 2019

Estamos inmersos en Rodas.


Coloso de Rodas, ¿Qué haces tan sólo? ¿Qué tienes bajo tus pies? ¿Qué haces vuelto del revés hacia quien proteges?
Coloso de Rodas, que no se puede tener todo y, si encaras a los herejes, das la espalda a quien más quieres, y tú eres lo que haces, aunque eso no sea lo que uno se merece.
Se mecen los barcos, hartos de tantos vaivenes y de tanta agua brava, y elijes las directrices de su sino, sabiendo que el destino de uno, no es lo que uno se esperaba.
Me pongo a tu merced, Coloso de Rodas, y no te envidio porque sé que un delirio basta para que quieras ponerte en mi piel y poder ver todo aquello a lo que tú das la espalda.
Que entren los navíos a ver lo que tú no puedes.
Que revienten, dolíos, a tu espalda, todo aquello que proteges.

sábado, 27 de abril de 2019

Ojeras.


Había un error agarrado a las entrañas. Abigarrado debajo de la piel ardía como una puñalada. ¿Qué aspecto tenía? Tenía aspecto de ojeras. Ese era exactamente el aspecto que tenía.

Así que me fui, arrastrando mis ojeras, entre un gentío distante. “Idiotas”, pensaba. Y lo pensaba de verdad. Con una verdad hiriente y bilateral, porque la cuchilla de ese pensamiento no tenía un mango más suave que la hoja con la que dañaba. Y así paseaba. Con el gesto torcido sobrepuesto en una cara rocosa. Ajeno a lo cercano y alejándome, me relamí en la distancia y me supe agrio. Pensé en teología y en que Dios no maldecía a los ricos, tampoco lo hacía con los torpes.

Me vi mediocre y arrastré mi argumentario de Simondon por unas calles vacías que no entendían en qué coño pensaba. Unas calles abarrotadas que me enseñaban que su posición era mucho más útil. Unas calles que yo, sin un puto euro en la cartera, no soportaba.

Arrastré mi argumentario de Simondon, mi soberbia de filósofo en prácticas, un par de platos de comida china y mis sinceras ojeras hacia mi portal. Abrí la puerta y, con un par de palillos en la mano, miraba la ventana mientras engullía mis tallarines al curry. Entonces pensé que la cuenta atrás se volvía acercar a cero y que una nueva oleada de esclavitud, si tenía suerte, estaba a punto de comenzar. Y algo de pena me pudrió el corazón por recordar aquella evidencia que me financió. Por obligación me forzaban a ser torpe, porque se me ocurrió que el dinero no daba la felicidad, pero podía comprar inteligencia.

miércoles, 24 de abril de 2019

Algo de Ontología.


Nietzsche volvió a plantear una pregunta clave, reiterada a lo largo de siglos de filosofía. La pregunta del eterno retorno. Más que una tesis real, epistemológica, fue una posición ética, un cara a cara con la misma existencia, la única de la que, por vivir en primera persona, tenemos pruebas. Se ha de tender al deseo de vivir la vida del mismo modo en que se vivió y se está viviendo, pues así se repetirá de manera eterna. Cualquier joven con un atisbo de vitalidad en sus venas estaría deseoso de abrazar una doctrina como tal a fin de escapar del dañino victimismo al que las sociedades más enfermas se someten.
He aquí mi reinterpretación del eterno retorno. No el nuestro, que ojalá se dé y habré de responder “¡Eres un dios y nunca he oído algo más divino!”. Sino el de los afectos.
El afecto que me acontece escapa a mi pertenencia, vivió en mentes ajenas tiempos atrás y se repetirá de manera eterna en el momento en que yo lo haya olvidado, se seguirá repitiendo de manera eterna en el momento en que yo no sirva ya como catalizador. La afección es la protagonista infinita, atiéndase a esta palabra, infinita, del universo del eterno retorno. Viviendo, quizás, en el mundo de lo molar de Deleuze y dejándome a mí, mero catalizador, dichoso quizás si supe agarrar con vitalidad el afecto que me acontecía, dejándome a mí, repito, con el reto de permanecer abierto. Abierto a que el Eterno Retorno de la afección no deje de penetrar en mí.

domingo, 7 de abril de 2019

Horror vacui


El horror vacui es la sensación de vacío de corte existencial. Fue el miedo que sentí cuando, de crío, pensaba en la infinidad del cosmos. Cuando me vi como la mota más insignificante de la inmensidad. La sensación es auténtico vértigo. Como si el pensamiento de insignificancia te acercara al límite que separa vida y abismo. Pero el horror vacui se va ocultando, va desapareciendo entre la sistematicidad humana, termina siendo una idea infantil que se muere por falta de pragmatismo. Una niñería sin utilidad.
¿De qué sirve acercarse a un abismo tan enorme? Preguntaba la sociedad horrorizada al saber de su existencia. Y se apartan para olvidar el sentimiento de horror por creer que, olvidada la sensación que produce un abismo tal, tal abismo se allana.
¿De qué sirve acercarse a un abismo tan enorme?
De nada, respondería yo.
Como la mayoría de cosas importantes de la vida.

viernes, 22 de marzo de 2019

Quiso ser viento.


Quiso ser viento, que la libertad regara sus poros, frescor por exceso de ventanas, luz, naranjas y sexo. Viento, porque el viento se escurre, porque el viento se escapa, porque el viento, estando, no sabe donde está. Quiso ser viento, y tanto, tanto lo quiso, que un día lo fue. Y volaba y tiraba al volatinero de Nietzsche, y acariciaba el cabello y se reía por la conciencia de la banalidad. Pero hubo un problema, cuando se levantaba, gozando los vaivenes de su naturaleza, su ligereza se evidenciaba. Y se supo incapaz de quedarse quieto, incapaz de escuchar, incompetente no por azar, sino por quererse en la libertad de no atenerse a la curvatura de la gravedad, ni a presión alguna sobre sus hombros. Incapaz de atender a la importancia de la rabia, sabia que sabía quebrarse los huesos. Incapaz de llorar hasta rajarse el alma, incapaz de gritar, de ser cristal solo para partirse con ganas contra el suelo. Y esto que suena tan bonito, a él le sonaba a exceso.

Quiso ser viento y tanto, tanto lo quiso, que lo fue. Y para serlo,

               Se quedó sin peso.

jueves, 28 de febrero de 2019

Maceración.

Dijimos que lo mundano era banal, que lo sano era lo divino e insistimos en creer en Dios, que aquello que nos movía los intestinos era pasto de la casta más rastrera.
Así nos coronamos, reina mía, como soberanos de una ética baldía que desconocía todo lo que no sujetamos.
Pero ya se veía de qué pie cojeaban nuestras firmes manos. Ya se anticipaba la distancia que nos acercaba al culto Cyrano. ¡Y universitarios todos! ¡Y deconstrucción descubría! ¡Y libros de difícil comprensión! ¡Y qué bien que ni el aire comprenda la palabra mía! ¡Qué inteligencia la mía! ¡Cubierta de una suerte de sabiduría a la que no alcanza nadie!
¡Hoy me ha mirado un chico de extraña manera vida mía! ¿¡Cómo se atreve siquiera a mirarme!?

Y el chico, en su casa, pensó.

*Así miré a aquel crío tan soberbio, con aquella indulgencia tan huesuda, de carrera cojonuda, Doctor por la Universidad más prestigiosa.

Y vi que apenas conocía alguna maldita cosa.

Vi que en el alma, le faltaban arrugas.

martes, 29 de enero de 2019

Amor a Federico. Amor a Francisco.


Hay una escultura de bronce de un tal Federico entre dos carreteras del viejo reino Nazarí. Dicen los lugareños que es un homenaje, un homenaje a un literato admirado por su pueblo. Un pueblo que conmemora y reza, año tras año, en la Capilla del Sagrario, por la muerte de su asesino.

lunes, 21 de enero de 2019

La escalera


La guitarra se acomodaba en el molde de su estuche y yo me dedicaba a pensar: ¿qué clase de mundo hemos creado? Un mundo donde el creador mediocre se frustra en lugar de alzarse, donde el intelecto es usado como distracción, como una excusa más para distanciarse del resto. Y es que aquí las escaleras no se usan para llegar a al techo, sino para alejarse del suelo. Y cuando estamos arriba gritamos “¡eh! ¡Mira! ¡Mira lo lejos que he llegado! ¡Mira lo lejos que me he puesto!”

“¿De dónde?” preguntaría alguien inteligente.

“De la gente” respondería alguien honesto.

lunes, 14 de enero de 2019

Federico N.

Bigotudo presidente del nihilismo, fuerte, tu fortaleza depende de una completa falta de empatía. Pende sobre los que enseñaste, pero creaste más charlatanes que creadores, creaste más ilusión que dolores, creaste más excusas que valores.

Y ahora se pierden los matices de tu canción,
y ahora, como tú bien dices, ni existe tu alma.

Pero sí que existo yo.

Y he de reconocer que algo me has enseñando.

domingo, 13 de enero de 2019

Hielo.

No os lo negaré, había una mujer, con sus curvas y la curvatura de la línea que la alejaba de mi figura. Figura... decía ella. Y yo pensaba en lo que me gusta a mí un halago. Un halago que halagaba pero no era nada, nada más que eso, un halago, disuelto en la cercanía. Que el frío había llegado a través de la abundancia, del exceso, del sinfreno de los besos, ese frío que aprieta las lágrimas contra un muro, ese frío que mantiene la congestión.
que aturde las manos y aunque asienta a la cabeza,
resiente el corazón.
Un corazón frío.

viernes, 4 de enero de 2019

A veces me pongo intenso.

A veces me pongo intenso y se me olvida escribir sobre margaritas, sobre orquídeas y flores en general, de esas que tienen pétalos suaves. Y es que, a veces, derivo por lo divino, por lo que pretende el destino, por lo elegido que corresponde al pasado, por el presente mantenido pero no deseado y, de tanto derivar, termino amargado, ¡Amargado yo! Agarrando yo una cualidad que, por entera, pertenece a un solo sentido. Y se me olvida escribir sobre la forma de mierdecita acolchada que describía una nube, sobre un pecho suelto que me hundió las palabrejas y me sacó una sonrisa, sobre una ventanuca empañada que me da los buenos días y los colores se me suben.

A cualquier cosa le llaman poeta. Poetas sin llama que escriben sobre cualquier cosa. Cosas que se quedan llanas bajo sus descripciones.

Porque ya no quedan poetas que escriban sobre flores.