miércoles, 27 de noviembre de 2019

El capitán.


“¿Dónde está el capitán?” Pregunté y escuché un llanto. “Allí” señaló la tripulación.
Allí estaba el capitán, si así se le podía llamar, con la ropa raída, chillando en el suelo, con el miedo atascado, con el celo abrazado, sin fuego y asquerosamente sucio. Golpeaba las paredes y lloraba con desesperación y desesperanza. Desesperación porque se veía incapaz de aguantar cualquier espera. Desesperanza porque no existía consuelo verde que calmara su arrebato. Lo observé un rato. Se arrastraba sobre la madera agónico, icónico iconoclasta derruido hasta sus cimientos, reducido a excremento, escarmiento mismo de su propio protagonismo.
Yo sabía lo que tenía dentro. Vacío, abismo, seísmo inmisericorde con quien trata de sostenerse, hueco hambriento del contenido que con tanto mimo se guarda, que traga hasta el hambre de su dueño.

Le pateé el hocico tanto que le arrebaté el peso de los hombros.
“Ahora yo estoy al mando” anuncié. “¿Y tú quién eres?”

¿Yo? Yo soy el fondo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario