Augh, mi cabeza retumbaba, latía embotada con un pulso sordo. Pum. Pum. Pum. ¿cuánto había bebido ayer? Tenía que aprender a moderarme. Despegué con dificultad un párpado. ¿?
¿Dónde estaba? No había ningún colchón debajo de mí y mi cara pisaba un adoquín de alguna calle principal de Granada. ¿Qué coño había pasado? Probé a despegar la cara del suelo y traté de incorporarme con dificultad, me toqué la frente durante el proceso y ahí comencé a recordar. Al pasar la mano por el bolsillo me di cuenta de que me había quedado sin cartera.
Me acababan de dejar inconsciente en el suelo de un puñetazo mientras me asfixiaban. Me desperté como quien resucita de un coma y pensé que aquello que me había ocurrido debía de ser muy parecido a morirse. Al día siguiente intenté recordar con esfuerzo lo ocurrido. Me acordaba de la presión sobre mi cuello y el puñetazo, después de eso, nada. Absolutamente nada. Ni una triste despedida a la vida. Rápido, rudo y seco. Así fue como perdí el conocimiento.
Y así es como me imagino a la muerte. Sin mí. Rápida, ruda y seca.
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