Hay un hilo delgado que
nos sujeta y nos suspende sobre el abismo, la fosa oscura y tragona que nos
hicieron temer. Aprendimos a tener vértigo y éste nos enseñó a agarrarnos con
fuerza a aquello que nos libra de aquel agujero: el hilo. Y se aprietan las
tensiones de los brazos, contracturas en contacto con tendones cansados de
aguantar, dolores e incapacidad de actuar creyendo que el hilo, el que nos
amenaza y chantajea, es la felicidad. “Mira a los que cayeron al abismo”
decimos con la soberbia impropia de quien tiembla, altivos señalamos con una
manita mientras la otra se agarrota sujetada al hilo que nos sujeta.
Y retumban las voces
pavoneantes por aguantar sin caer, exhibiendo sus alardes.
Y el hilo dice salvarnos
de lo peor que nos pudiera suceder, y se me asemeja a Dios, miserable y eterno, y ceder a su
chantaje se me antoja cobarde.
Y si esas son las
opciones,
Que me coman los
infiernos.
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