Sintió un temblor y se puso a recordar, con toda la fuerza de su memoria, pero su memoria, como de costumbre, dejaba mucho que desear, y a pesar de su deseo no hubo éxito en la búsqueda del origen de aquel tembleque, supo, que aunque acabara de tomar consciencia de él, llevaba mucho tiempo rondando por los recovecos de su piel, y como una estampa se había apoderado de toda decisión que firmaba que como contratos siempre se amontonaron en el rincón de la duda, donde no había opción ganadora.
Fue por aquel entonces cuando se conocieron, y se abrazaron, y se quisieron más de lo que jamás habían querido, y se sintió tan querido que la opción de parar se le aparecía como una tortura, y se vio obligado a la más vergonzosa confesión.
-Tengo, tengo miedo -dijo.
Y como sabiendo la respuesta a aquella pregunta oculta se olvidó de que temblaba. Y llegó el punto clave, la inflexión que lo puso todo patas arriba, las palabras mágicas que sin pedirlas las buscaba como manantial en el desierto en el que él se había colocado, esos fonemas que retumbaban en su mente desde que la conoció y que retozaban en el eco del hueco que llenaba su vacío. Ella las pronunció.
-Todo va a salir bien, te lo prometo.
Dejó de temblar inmediatamente, era una garantía, y la firmó ella sin su petición u obligación comedida, sin callejones sin salida ni ejercida presión en el corazón ajeno. Lo prometió por su propio deseo y con el derecho de autodeterminación en la mano, debía de ser verdad.
Pero una buena historia alardea de un buen final, y éste llegó más pronto de lo que él esperaba, "no todo salió tan bien como me prometió" se dijo, enrabietado, arropado de nuevo por el temblor que había abandonado, culpando a quien prometía dicha sin cumplir la promesa.
La rabia dio paso a la pena, la pena a la culpabilidad, la culpabilidad a la fragilidad y esta última al miedo, miedo a romperse sin saber que estaba roto, miedo a dañarse sin mirar sus arañazos, miedo a saltar, ¡a saltar! ¡Él que no había saltado en su vida! "¿Miedo?" se dijo, "yo una vez no tuve miedo"
Y su memoria no falló, releyó entonces el contrato de la pérdida de pavor.
Rebuscó y rebuscó, y encontró la cláusula que le torturaba.
"Se estipula que la parte A comprometida a la permanencia de por vida despojará de la sensación de miedo a la parte B al evidenciarse una mutua necesidad"
Enmudeció, no es que dejara de tener miedo, es que desechó el fracaso como posibilidad presente.
Y así cualquiera deja de temblar. Así cualquiera parece valiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario