jueves, 1 de diciembre de 2016

Las pupilas.

Tras el largo abrazo llegaría el beso, Fernando lo sabía, ese tímido momento en que las caras se van deslizando a través de la mutua mejilla para terminar siendo la comisura culpable de aquel acto y no la propia decisión, era una manera de decir "¡Eh! ¡Yo no fui! ¡Yo no quería! ¡Pasó, casi, por casualidad!"
 -Me gustas
Dijo Julia a media distancia entre su oído y su boca.
El beso era inminente y ambos lo sabían.
-Se me dilatan las pupilas cuando te veo.
Respondió Fernando antes de besarla, y cuando los besos rodearon la escena, cuando el freno quedó fuera de la participación, las ideas revolotearon por la estancia, volaron para que ellos no las atraparan, para que se centraran en aquello que era, por ser sensación pura, lo que más importaba.

Pero para el cosmos no pasaron desapercibidas aquellas frases de los amantes.
Cuando Julia, a centímetros de su oído, pronuncia esas palabras, le recorre un tímido temblor a través de la piel de los brazos, es normal, la acción de gustar aunque dependiente de un agente externo es propia, para Julia su yo era aquello que le gustaba, por eso sus gustos los trabajaba y moldeaba para que alcanzaran la perfección, él era ahora parte de su proyecto.
Por el contrario, cuando Fernando decía "Se me dilatan las pupilas cuando te veo", su piel se mantiene firme y una suave sonrisa atraviesa su semblante, lógico. Cuando Fernando, a centímetros de su boca, pronuncia aquellas palabras, está asociando su gusto a todo lo externo a su yo, él no forma parte de la decisión de su gusto, por dios, ¡él no controla sus pupilas!
Por eso para él era mucho más sencillo hablar de amor que para ella. Ella se jugaba la identidad en su ideal, él tan solo jugaba a teorizar.

Por eso ella temblaba y a él le encantaba jugar.

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