De unas ideas que vimos un día y defendemos como si fueran nuestras.
De gestos que hicimos, que sin pertenecernos (y perteneciéndoles nosotros a ellos) se encargan de nuestras gestas.
De la ética que se encargue de no dañar a quien más influencia tenga sobre la visión nuestra de nosotros.
Y regalamos el oro empeñándolo con el empeño de no adueñarse de lo que somos desde la concepción.
Somos, sin nuestro permiso, pura sensación.
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