martes, 8 de abril de 2014

Lo que surje y lo que no surje.

Las copas nos acompañaron durante toda la velada, y resbala aún por tu barbilla los restos del agua que usaste para lavar tu temperatura, no es difícil imaginarlo, llegaste al baño, azotaste tu rostro con tus manos llenas del agua que recogiste del grifo y te miraste al espejo, te empeñaste en negar con la cabeza y pusiste dirección al pasillo.

Y al tirar del pomo.

Ahí estaba yo, con mi sonrisa ladina y mis mil intenciones ocultas bajo un manto de misterio que se dedica a camuflar una analogía entera de poemas bajo tres gestos: un guiño, una sonrisa, y el más importante, la presión de mi mano en la cintura.

Desanduve el camino andado por la gota empeñada por asistir a tu barbilla mientras presionaba tus caderas en una profunda búsqueda de tus suspiros, se acelera tu respiración, y mientras yo estoy pendiente de liberarte de la ropa es justo cuando a ti te entran las prisas, entreabres tu boca y arrancas mi camiseta para pasear a base de arañazos por mi espalda, abro la mano que se deslizó por tus caderas y la dejo ascender para agarrar con fuerza tu costado, me abrazas con tus piernas y sientes la tensión de los músculos de mi brazo apretando tu espalda. Te acercas a mis oídos para escupir el más bello de los sonidos, mientras tus caderas siguen en combate perpetuo por la búsqueda de más gemidos.




Me llamaste, 

me dijiste: 

¿Te vienes a mi casa?



A los 20 minutos estábamos follando. 






Luego me fui.

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