Las copas
nos acompañaron durante toda la velada, y resbala aún por tu barbilla los
restos del agua que usaste para lavar tu temperatura, no es difícil imaginarlo,
llegaste al baño, azotaste tu rostro con tus manos llenas del agua que
recogiste del grifo y te miraste al espejo, te empeñaste en negar con la cabeza
y pusiste dirección al pasillo.
Y al
tirar del pomo.
Ahí
estaba yo, con mi sonrisa ladina y mis mil intenciones ocultas bajo un manto de
misterio que se dedica a camuflar una analogía entera de poemas bajo tres
gestos: un guiño, una sonrisa, y el más importante, la presión de mi mano en la
cintura.
Desanduve
el camino andado por la gota empeñada por asistir a tu barbilla mientras
presionaba tus caderas en una profunda búsqueda de tus suspiros, se acelera tu
respiración, y mientras yo estoy pendiente de liberarte de la ropa es justo
cuando a ti te entran las prisas, entreabres tu boca y arrancas mi camiseta
para pasear a base de arañazos por mi espalda, abro la mano que se deslizó por
tus caderas y la dejo ascender para agarrar con fuerza tu costado, me abrazas
con tus piernas y sientes la tensión de los músculos de mi brazo apretando tu
espalda. Te acercas a mis oídos para escupir el más bello de los sonidos,
mientras tus caderas siguen en combate perpetuo por la búsqueda de más gemidos.
Me
llamaste,
me
dijiste:
¿Te
vienes a mi casa?
A los 20
minutos estábamos follando.
Luego me
fui.
No hay comentarios:
Publicar un comentario