viernes, 18 de abril de 2014

Ahora sí.

 Llegué a aquella fría habitación de blancos azulejos y ausencia de decorado, en la que solamente se erguía sobre el suelo una cama cuyo colchón parecía aun por estrenar y sobre el que reposaban unas sábanas de blanca pulcritud, una raída mesita de noche de madera languidecía a su lado, tan sólo les acompañaba una solitaria ventana de marcos metálicos que ya su simple contemple estremecía. Entró alguien.
-¿Y bien?
Su postura le delataba, no era como los demás… bah, qué estupidez, nadie es como nadie y a su vez siempre se pueden encontrar puntos en común en dos personas distintas y el único objeto de distinción es la propia sensación que produce hablar con cada cual. Es decir, tan sólo varía nuestra impresión y reacción ante el estímulo del comportamiento de otra presencia. Dejé de pensar y contesté.
-Y bien ¿Qué?
-Bueno, tu eres el que ha venido, si quieres comenzamos con absurdas presentaciones que sabes que sobran, pero creo que ya crees que debes hablar.
-Para hablar he venido, ya lo sabes.
-¿Sobre algo? ¿Algo que te preocupa?
-No –giré la cabeza y miré a la ventana que desembocaba en un mundo fuera de aquella habitación, volví a mirarle–, bueno, no exactamente. Tan solo…
-Tan solo quieres hablar.
-Exacto.
-Hummm –posó el nudillo de su índice derecho sobre su barbilla y recorrió unos cuantos pasos hacia adelante y hacia atrás, oscilantes y sin dirección, parecía usarlos como apoyo de alguna reflexión que cavilara–, hablar es importante –dijo finalmente.
-Lo es ¿puedes hablar?
-No –sonrió–, claro que no, bueno, al menos no porque yo quiera ¿entiendes?
Volví a mirar por la ventana.
-Me cago en tu puta madre.
-¿Qué?
Sonreí y encajé mis ojos en los suyos.
-Que me cago en tu puta madre.
Él sonrió y posó su mano en mi hombro.
-Anda, relájate y siéntate –ejerció fuerza para hacerme caer en la cama.
Por un momento me sentí tentado, quería llorar, golpear la almohada hasta quedarme dormido, quería que pasara todo de una vez, quería dormirme y quizás con mucha suerte esperar que mañana apareciera de nuevo, al fin y al cabo…
-Mañana será otro día.
Quizás fuera el hecho de que aquellas palabras las dijese él y no yo, por mucho que yo las pensase, lo que me hizo salir de su sibilina tentación, lo que me hizo apretar los dientes, y lo que provocó que su intento de amansarme se convirtiera en provocación.
Mi puñetazo fue contundente y directo al mentón, cayó al suelo desconcertado.
-¿Qué?.... ¿¡Qué coño haces!? –dijo incorporándose con la mano en su pómulo.
Sonreí mientras lo levantaba por la pechera.
-Tío, tranquilo joder, ya sabes que no es culpa mía joder –protestaba nervioso mientras lo arrastraba por la habitación.
-Que te calles hostias.
-No, joder, no, tío, estás loco, esto no debes hacerlo, ¡las cosas no funcionan así! –definitivamente ya había averiguado mis intenciones.
-A tomar por culo –sentencié.
Su espalda se encargó de hacer trizas los cristales de la ventana y el cuerpo de aquel pobre diablo golpeó el césped sobre el que se erguía el edificio de esa maldita habitación en que esperaba a aquel desgraciado cada día. Agradeciendo cuando venía y maldiciendo cuando se ausentaba.
Salté por la ventana y me dirigí hacia el mundo fuera de aquella habitación.

Y mientras sentí el viaje transformado en el camino que corría bajo mis pies, pensé que el mejor disfraz del enemigo es el que lleva tus ojos y te mantiene en vilo, al filo y con la esperanza volver a la preciada situación de reposo.

Paré un instante, di media vuelta y me puse en cuclillas frente a ese cuerpo malherido y semiconsciente.
-¿Qué cojones quieres ahora? –preguntó tosiendo.
Hurgué sus bolsillos y me agencié su paquete de tabaco así como su mechero.
Le sonreí mientras me encendía un cigarro y me largué.





Porque es cierto que sabía que mis demonios seguirían atacando

Pero colega… yo ya no me quedo esperando.

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