Cojo el papel en blanco, justo bajo el segundo cajón de mi escritorio. Tiene restos de carboncillo que se hacían ver en mi mente como la marca de un beso, "seguro que ella lo agarró sin querer", lo engancho a mi vieja máquina de escribir, ya nadie usa una de esas, quizás me hagan sentir más viejo, o simplemente puede que me parezca una estúpida idea romántica, de las de antes, de las que merecían la pena.
-¿Por qué escribes? Vuelve a la cama anda, creo que has dejado algo a medias por aquí.
¿Por qué escribo? Vida mía, escribo para rozarte con el silbido de dos palabras, escribo para hacer en susurros lo que otros no saben hacer ni a gritos, escribo para recorrer un sinsentido de deseos sin siquiera nombrarlos.
Que por qué escribo preguntas.
Escribo porque puede que llegue el día en que tres párrafos mal escritos sobre el caos de mi escritorio sean la humedad que necesitas en una tarde de verano y que esa preferencia no se debata ni con mil orgasmos de mil poetas.
Sabiendo, cuando empezaste a leer, cómo ibas a acabar.
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