-Eres un caracol, -me dijeron-. ¡Hagamos una carrera! El primero que llegue tras el montículo ¡Habrá ganado!
Caminé y me arrastré por aquellos páramos alejados de la mano de dios, a mi ritmo ya que yo no podía ir al mismo ritmo que los que me pasaron, y en un alarde de arrogancia, la mayoría murmuraba -Vas bien para ser quien eres, pero déjame paso, que yo soy más rápido.
"voy bien, soy quien soy y voy bien". Me repetía.
Una tortuga me pasó de largo y me habló. "Deberías dedicarte a otra cosa, esto no es para tí"
"Quizás tenga razón" pensé, pero seguí caminando.
Un gato me miró y despreciándome bufó. "Jamás ganarás esta carrera, deberías abandonar"
"Probablemente tenga razón" pensé, pero continué mi camino.
Luego, pasó una liebre y con una voz arenosa y engarzando todo el desdén que encontró me habló claramente. "Fuera de mi camino, jamás llegarás al final de la carrera".
"Seguramente tenga razón" pensé y me aparté del camino, estaba cansado y tenía sed. Llegar al río que divisaba a mi izquierda sólo me costaría un par de horas.
Cuando iba a mitad de camino me giré hacia atrás. Todos estaban expectantes, pendientes de mi andada.
-¿Dónde vas? -Preguntó la tortuga curiosa.
"Me retiro, tengo sed y voy a beber agua" -respondí decaído.
-Yo t-te la t-traigo -tartamudeó el gato nervioso.
"No te preocupes gato, tu termina la carrera, para eso has venido" -le contesté volviendo a caminar.
-¡Espera! -chilló la liebre con pavor.
De repente vi a todos correr tras de mí, pero ya era tarde, había llegado al río. Y antes de beber agua me vi reflejado en él.
Tenía largas orejotas, nariz ligeramente alargada y ojos a ambos lados de la misma. Era una liebre. Me sonreí y los miré. Estaban pálidos.
Ahora sí que comenzaba el juego.
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