Cuando uno es excesivamente joven o escribe sobre la intensidad de un presente arrebato su tendencia suele ser pretenciosa. Se dedica a hacer bailar las palabras en una ridícula intentona por provocar que las sensaciones que se consigan derivar de las mismas sean reflejo de lo que se cree que es un profundo sentimiento. Somos ese intento de arrancar, a través de la expresión escrita, las confesiones pomposas que nos descubran, decimos, “de verdad”.
“¡Sabemos lo que somos
porque lo escribimos!”
Decimos, como quien solo
sabe ser si se dice lo que es.
Decimos, como si sólo quisiéramos
ser si somos indescifrables.
Decimos eso, como
desdeñando a la sencillez.
“¿Cómo me vas a
entender? ¡Mira lo complicado de mi condición!”
Y así, en esa compleja
y laberíntica confesión, ocultamos lo verdadero de nuestro comportamiento:
Que no sabemos cómo ser
crudos
por eso adornamos
nuestros adentros.
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