Soy
un mendigo en una habitación. Un sintecho confinado acondicionándose a un
ambiente amurallado. Tenía un par de manos que servían a mi corazón. Que
combatían en permanente actividad bajo su mandato. Hasta que hicieron su
revolución. Se las condenó por desacato, por atender a las consecuencias de su
sola condición. Por tocar lo que el corazón pudría, y agarrar aquello que lo
mecía en un turbio vaivén.
Entonces,
pensó el corazón, ¿Quién soy yo, si no me pongo a su nivel?
No hay comentarios:
Publicar un comentario