miércoles, 26 de diciembre de 2018

Las admiradas cualidades del silicio.


“Yo no me enamoro” le dijo a una amada enamorada de sus ojos, unos ojos que, de soslayo, observaban los de ella, que admiraban la impasividad de todas las pulsiones que no fueran sexuales, una admiración que arropaba lo racional por parecer asemejarse a la inteligencia.

Pedro recordaba aquello como sucedido hará milenios, tan sólo habían pasado un puñado de años, los suficientes para notarse algún que otro surco en las comisuras de los ojos y dejar que se tiñeran de blanco unos pocos cabellos de su cabeza. Se encontró de bruces con una situación similar y de similar manera actuó.

“Yo no me enamoro” le dijo a su amada, y a su amada se le rompió el amor en ese instante. Pedro descubrió los párpados hasta las cejas y, contemplando su espalda enfadada y el contorneo de su desengaño, la admiró. Y se sintió el rey idiota que orgulloso exhibía una corona hecha de mierda.

¿Porque qué clase de idiota se esfuerza por asemejarse a una piedra?

sábado, 1 de diciembre de 2018

Cadenas

Los esclavos miraban al libre con superioridad porque les hicieron creer que había algo de digno en su servidumbre.

Así pasean los esclavos hoy por la calle, riéndose de quien carece de la dignidad de comprarse cadenas y sin escuchar como se ríen otros timbres.

Sin escuchar como suenan los hombres libres.

viernes, 30 de noviembre de 2018

Ellas

Había un acorde menor colgado a la vera de la ventana. Tenía las notas abigarradas al sonarse y a mí me supo a gloria cuando se me deshizo en la piel. "Era rara" pensé sintiendo como los sonidos también aprenden a mimar.

Entonces besé mis manos, justo al final de los brazos, y sentí la fuerza que contenían las dos, sentí que sabían para qué servían. Hijas de lo utilitario, con fuerza de opresión, tan sólo querían acariciar.

sábado, 27 de octubre de 2018

El mediocre.

Roberto cerró el ordenador con la sensación de haber finalizado uno de los informes más mediocres de su vida. Un informe que, lejos de frustrarle, le satisfacía. ¿Cómo no hacerlo? Había invertido una ingente cantidad de energía en todo lo que se había propuesto hacer en los últimos años. Todo tenía que estar perfecto, brillante, pulido hasta no notarse arista alguna. ¿Pero a quién cojones le importaba un informe como ese? A Roberto no, desde luego, y en el instante que comenzó a desarrollarlo se dio cuenta de que...

Si bien la mediocridad en un ámbito le da a tu jefe por el culo.

La pretensión de excelencia en todos los ámbitos te vuelve, por obligación, mediocre en lo tuyo.

Y Roberto, aun habiendo hecho ese informe de mierda, no quería ser mediocre. Bajó al sótano y deslizó el pincel sobre el lienzo que preparó hacía ya semana y media. El piano de la banda de Dhafer Yousef se mezclaba con su laud conquistando los muros de aquel bajo suelo, aquel cuadro comenzaba a sonar a jazz y al pintor se le iluminó la cara sabiendo que fue la mediocridad la que le regaló el tiempo para hacerlo.

domingo, 5 de agosto de 2018

El esclavo.

Una canción de Luís Ferrán hacía de colchón en la habitación común de un hostel. Justo donde yo estaba escribiendo. Dos hombres hablaban frente a mí de nada. Nada: dícese de aquello tendente al olvido.
Yo apenas los escuchaba. Pensaba en la esclavitud, pensaba que me había trasladado al siglo dieciocho y que una especie de dios bromista había chasqueado los dedos para, de esclavo negro, convertirme en hombre libre con un cronómetro que oscurecería mi piel y pudriría poco a poco mi libertad, un cronómetro con forma de de cuenta bancaria.
Cerré entonces el ordenador y agarré una de las últimas cervezas que me quedaban para dirigirme a la terraza. Se respiraba mejor con la cartera llena. Entonces pensé en los grandes filósofos de la historia y me enfurecí con cada uno de ellos.
Me enfurecí con la soberbia de Aristocles por proclamarse sabio conocedor del Bien anunciando que su modelo requiere de la suerte de haber nacido adinerado para ser sabio. Puto aristócrata mimado.
Me enfurecí con la insensibilidad de Aristóteles. Por anunciar que un estado necesita de esclavos para su correcto funcionamiento con la facilidad que suponía defender esa posición siendo un miserable rico ciudadano libre. No era persona para mí, una bestia desquitado de empatía.
Me enfurecí incluso con Nietzsche. Quien criticó toda la filosofía existente para proclamarse como el más sabio de todos, el único superhombre repleto de fortaleza, cubierto de vitalidad. Una fortaleza, vitalidad y sabiduría que fueron compradas con la misma moneda que Platón compró su idea de bien y mantuvo a su discípulo alejado de la esclavitud.
Quizás yo no era tan listo como ellos pero había aprendido a engañar a los esclavistas mejor. Y ellos, enormes hombres respetables, no eran más grandes que insectos para mí.

Miré al horizonte y me sentí orgulloso de estar engañando al sistema. Un tirao como yo debía de ser jodidamente listo para poder comprar su libertad. Al menos por un tiempo.

Miré mi cuenta bancaria y pensé que quien se liberó de las cadenas y sigue entre rejas esperando a que le vuelvan a encadenar no merece salir de aquella prisión.

Quien sabe, quizás ya no volvería a ser esclavo nunca más.








domingo, 29 de abril de 2018

El derecho.


El hombre fuerte se sujetó las debilidades y cogió camino. Gastó suela y aunque doliera la lejanía decidió no frenar. Calmaba su corazón cuando éste galopaba y le apretaba el pecho. Aceptaba lo hecho y se rehacía cuando yacía maltrecho entorno a villa desengaño.
El hombre fuerte carecía de quejas y aunque no de carencias, las recortaba. Se perdía constantemente y siempre que se buscaba perdía la brújula y el norte, aunque sabía que añoraba el sur, pero no desesperaba, respiraba y apostaba por otro paso más.
El hombre fuerte carga con tres elefantes, uno por cada carga que se decidió por consenso que otros no debían cargar. Sal en las heridas, levanta ampollas, ahorra en comida, detesta las joyas, se calma con la bebida y se saca la cabeza del culo para lavarse la cara antes de que el amanecer le pille despistado.
“Nunca cambias” le dijeron al hombre fuerte.
El hombre fuerte llora vencido por la añoranza en una cama lejos de absolutamente todo. Con el pecho roto y el alma derramada dice que no se quiere levantar.
Dice que quien dijo aquello se merece errar.
Dice que un hombre fuerte tiene derecho a cambiar.

domingo, 11 de marzo de 2018

Polvo en el aire.

Las personas son malas. Y buenas. Y son sensibles e insensibles. Y hacen una música tan preciosa que precipita el llanto. Y hacen llorar tanto a personas que también son preciosas. Y son lo peor y lo mejor de las cosas. Las personas hacen prosa y verso y pegan. Y adquieren cultura por diversión y son obscenos de pensamiento. Y leen a Nietzche y a Platón y están de acuerdo con los dos. Y escuchan a Vivaldi y se masturban. Y violan y un día fueron niños. Y son fieles de acto. Y la pasión por la pintura les da un vuelco en el corazón, corazón con el que practican la misoginia. Y guardan rencor y se sienten culpables cuando vulneran y quieren aspirar a ser invulnerables. Y tocan jazz y bailan con la promiscuidad. Y echan de menos y de más. Y son despreciables y dignos de admirar. Y son miserables, individuos portadores de una miseria que eclosiona en el hartazgo ajeno a largo plazo y que parece tan pequeña en un primer contacto.

Las personas están condenadas a la locura. Las personas no entienden que son malas. Las personas no entienden que son buenas. Las personas entienden que una casilla no es suficiente para definirles a ellos mismos, pero no entienden que lo mismo ocurra enfrente.




domingo, 11 de febrero de 2018

¿Dónde se fueron los vuelcos?

Hay libros que venden consejos de pandereta como si fueran la verdad, que catalogan el fluir como el cúlmen de la felicidad. Como si nuestra capacidad de decisión fuera tan nimia que no hiciera falta. Como si el rol del luchador careciera de importancia, como si doblar las hebras que tejen el destino fuera ilegal. Como si ser débil tuviera premio.

Como si un genio hubiera delimitado una forma mágica para todo, como si me hurgaran en el corazón y decidieran de qué material está hecho, como si todos pudiéramos ser catalogados con una puta etiqueta y mis decisiones fueran lo corriente. Como si los vuelcos en el alma fuesen mierda desechable de la memoria.

Nos agilipollamos y nos quedamos con esa sensación pastosa de dejar que el tiempo fluya y que discurra y, lejos de consolarnos, nos acartona.

Y es que ese fluir tan aclamado nos deja indecisamente tranquilos y, cuando estamos colgando de un hilo, totalmente insensibles, nos coge los vuelcos, y nos los roba.

domingo, 4 de febrero de 2018

La raíz.

Hay una raíz clavada en mi corazón con un sentimiento escrito en la savia. Una raíz que me hace llorar cuando tengo suerte, que me habla suave cuando me cuesta escuchar, que hace que vibre, una raíz increíble que me mantiene firme. Firmemente sensible.

Una raíz que me revuelca por dentro cuando no siento nada, que suena a balada de Andrés Suárez, que me acerca a las distancias más lejanas, que me revuelve por dentro, que me aprieta el estómago, que me aleja del cinismo y de la psicopatía y de la razón más aún cuando la tengo.

Una raíz que nunca será árbol, que nunca será acto ni habrá ciencia que la domine ni explique.

Una raíz que es pura y eterna potencia.

Por ser esperanza que aprieta y que se encarga de evitar que mi corazón claudique.

Una raíz que nunca será árbol. Una eterna potencia agarrada a mi sensación.

sábado, 13 de enero de 2018

Era de contradicción.

Dijeron que habíamos de permanecer en el camino, que salirse era perderse y perderse significaba no tener la posibilidad de volver a la seguridad de las vías. Todos escogieron caminos, todos supieron que hacer con sus pies, sus tobillos parecían ir acordes al chirriante sonido unas neuronas seguras, decisas, altivas. La duda no incurría en tropiezo alguno ni parecía que las piedras incomodaran a los caminantes, si es que acaso había piedras en aquellos elegidos caminos y atrás nos quedamos los ajenos al groso de “todos”.
Nosotros somos los perdidos, los que escogimos escaparnos del camino y no terminamos de encontrar uno que sea honesto, los que vagan por el bosque y solo distinguen un asqueroso baile de sombras, los que ven el camino pero de lejos y envidian la seguridad de aquellos caminantes que, ignorantes, caminan con seguridad sobre hipocresía.
Esos somos nosotros. Los inseguros por honestos que prestos escapan de la mentira en acto y del contacto del alardeo responsable. Esos somos nosotros, los que conservan la ética de la prematura juventud habiendo crecido y que solo les deja ser testigos sin participación plena.

Esa es la situación de los perdidos, heridos por mantener la moral en la era de la contradicción.