Las personas son malas. Y buenas. Y son sensibles e insensibles. Y hacen una música tan preciosa que precipita el llanto. Y hacen llorar tanto a personas que también son preciosas. Y son lo peor y lo mejor de las cosas. Las personas hacen prosa y verso y pegan. Y adquieren cultura por diversión y son obscenos de pensamiento. Y leen a Nietzche y a Platón y están de acuerdo con los dos. Y escuchan a Vivaldi y se masturban. Y violan y un día fueron niños. Y son fieles de acto. Y la pasión por la pintura les da un vuelco en el corazón, corazón con el que practican la misoginia. Y guardan rencor y se sienten culpables cuando vulneran y quieren aspirar a ser invulnerables. Y tocan jazz y bailan con la promiscuidad. Y echan de menos y de más. Y son despreciables y dignos de admirar. Y son miserables, individuos portadores de una miseria que eclosiona en el hartazgo ajeno a largo plazo y que parece tan pequeña en un primer contacto.
Las personas están condenadas a la locura. Las personas no entienden que son malas. Las personas no entienden que son buenas. Las personas entienden que una casilla no es suficiente para definirles a ellos mismos, pero no entienden que lo mismo ocurra enfrente.
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