“Yo no me enamoro” le
dijo a una amada enamorada de sus ojos, unos ojos que, de soslayo, observaban
los de ella, que admiraban la impasividad de todas las pulsiones que no fueran
sexuales, una admiración que arropaba lo racional por parecer asemejarse a la
inteligencia.
Pedro recordaba aquello
como sucedido hará milenios, tan sólo habían pasado un puñado de años, los
suficientes para notarse algún que otro surco en las comisuras de los ojos y
dejar que se tiñeran de blanco unos pocos cabellos de su cabeza. Se encontró de
bruces con una situación similar y de similar manera actuó.
“Yo no me enamoro” le dijo a su amada, y a su amada se le rompió el amor en ese instante. Pedro descubrió los párpados hasta las cejas y, contemplando su espalda enfadada y el contorneo de su desengaño, la admiró. Y se sintió el rey idiota que orgulloso exhibía una corona hecha de mierda.
¿Porque qué clase de idiota se esfuerza por asemejarse a una piedra?
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