Tomás y Cecilia se
miraron con dulzura, era lo único que podían hacer tras la distancia
autoimpuesta el día anterior, por alguna extraña razón, el día parecía más
suave que la noche. Tomás se decidió a hablar.
-¿Recuerdas ayer cuando
anclé mi mirada en la distancia? Cuando sentencié como ausente a mi mente y
decidí apartarme ¿Lo recuerdas Cecilia? ¿Recuerdas cuando recorrí el sendero de
la lejanía sin mover mis pies? Cuando abandoné las risas grupales, y con tales
premisas opté por la esquina menos confortable ¿Recuerdas cuando mi vista
parecía recorrer la lista de la melancolía? No sé si realmente te fijaste, no
sé si por un momento mi silencio te tuvo a ti como observadora, o mis ojos,
rojos por el humo de la discoteca y anclados en la profundidad, tuvieron otros
ojos furtivos cazando cada detalle.
Cecilia sonrió
levemente, claro que lo recordaba, ¿cómo olvidar esa escena? Con aquel rostro
tan serio, con la cara lavada y enmarcada, lista para encarnar una novela de
misterio, con la soledad pisando su cuello y el bello de Cecilia erizado en
secreto, con la palabra respeto en el reverso de la imagen, con la tarjeta de
visita estropeada y una cara que invitaba al rechazo pero que era tan
atractiva, con la vida, sí, la vida, pensó Cecilia, con la vida valorada por
aquel silencio tan ruidoso, quizás aquel chico tenía al tormento por esposo,
quizás pasó por un mal momento y expía sus pecados con escenas como aquella,
que parecen hacer mella en su pecho y le otorgan el derecho a tomarse el tiempo
que requiera, que tienden a caracterizarse por su sigilo y son el estilo de
aquel que es paciente consigo mismo, quizás aquel chico se dedicaba a regalar
escenas como aquella, como un trocito de su alma, sólo para quien con calma
quisiera acompañar su estrella.
Todo esto pensó Cecilia
antes de responder.
-Sí, claro que me fijé,
claro que lo recuerdo Tomás.
-Bien, pues me estaba
tirando un peo.
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