Primer acto, él se sentaba junto a su copa helada y a su
soberbia verborrea. ¿Ella? Ella ni si quiera estaba, tan segura de sí misma que
tomaba conciencia de que su ausencia no significaría la diferencia en el
destino y fidelidad de él. Fidelidad hacia su camino, y hacia sus pisadas,
fidelidad hacia los pasos que ella daba, y calada tras calada, sabía que tenía
a su mirada anclada en los tacones que él tan solo imaginaba, pero ella… cruel
estrella, lo estrellaba con deseos a medias y con medias a medio romper bajo
los dedos de otros, y reía, a sabiendas de que vencía a cada carcajada. Sin
saber que llegaría un punto en que él no sería más que el agua que ya no
pasaba, no sería más que el viento entre dos ventanas que se sentían cada vez
más lejanas, no sería más que la estrella que no resultó estrellada, y que se
levantó sobre un manto de lavanda lavada para ser la fuerza, la sonrisa y la
ilusión que se ilusionaba frente al desastre que acontecía a tal menester.
Y jamás se tuvo menos miedo que cuando no se tuvo nada que
perder.
Y al perder caíste en la cuenta de que el valiente cuenta
con la sonrisa cuando no cabe otra opción que caer.
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