-Agárrame la mano.
La miré a los ojos, dios… qué mirada, mis palabras sonaron
convincentes, desde la profundidad de mi garganta, arrastrando la gravedad con
la lengua para dejar que ella las saboreara, no se agregó una sonrisa a la
propuesta, y en ese mismísimo instante, cuando ella sonrió burlona, caí cuenta
de lo imbécil que era.
Ella era fuerte, inteligente y expresiva. Era encantadora y
sonriente, era un muro que nadie derrumbaba pero dejaba entrar a cuantos
quisieran con la premisa estipulada de que no se dejaría destrozar. Ella era lo
mejor que yo había visto en muchísimo tiempo y en un alarde de ataque, le
ataqué, estableciendo bajo ella el papel de víctima y adueñándome del de héroe “agárrame
la mano” le dije. Seré estúpido, ella no necesitaba salvación, ella no
necesitaba a nadie; por eso...
Ella era la más difícil de las conquistas.
Ella era la más difícil de las conquistas.
Había que alegar alegría en lugar de compañía, sonrisas en
lugar de apoyo y un baile, no un rescate.
Fue entonces cuando terminé la frase…
Agárrame la mano, vamos a bailar.
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