domingo, 10 de octubre de 2021

Anclaje y Mosquetón

Uno viaja, aparca en un lugar nuevo. Nuevo: aquel en el que jamás ha puesto un pie. Llega con ropa vieja, con zapatos gastados, con la piel curtida y, mecido en su propio temblor, se da cuenta de una evidencia: no existe referencia alguna de él, puede ser quien le venga en gana. “¿Quién quiero ser?” se pregunta uno como precedente de la siguiente pregunta obligada: “¿Quién soy?” 

Nadie, nada. 

Poco más que un mosquetón que busca el anclaje que le sirva de referencia, que le diga “estás aquí, ahora ya puedes definirte en función de mí”.


miércoles, 11 de agosto de 2021

La aorta

             Tenía una herida rota, justo a la vera de la aorta, lo sabía porque me la notaba cuando latía. Me decía que era justo ahí donde debía conservar las heridas, porque una herida que no se siente cuando uno se late no es herida útil.

Tenía una herida rota, justo ahí, a la vera de la aorta, y me imaginaba que era en ese lugar donde todo el que tuviera sangre conservaba sus heridas. Una herida sucia, costrosa, pestilente, vomitivamente dolorosa que me enrabietaba cuando mi pulso bombeaba. Bum. Bum. Bum.

Me dijeron que quien se calma, se cura, ya no siente la herida, ya no brama de furia al sentirse la cuchillada. Se cura, dicen, aquel que se calma.

O se guarda la pena tan dentro del alma que se queda sin sangre.

Y se calma.

Y se muere.

martes, 18 de mayo de 2021

Tripas

Escuchar la música que hace quince años te revolvió las tripas te pone en perspectiva: ¿sigue siendo uno sensible a que las tripas se le revuelvan o la calma ha robado lo suficiente la atención de uno como para creer que las necesidades de las tripas debían de pasar a un segundo lugar?

Le enfrenta a uno a la pregunta estrella “¿dónde cojones dejé mis tripas?” Se ve entonces obligado a buscarlas en algún punto entre el presente y hace quince años porque se hace evidente que uno, sin tripas, se ha convertido en la mayor mierda que podría imaginar. Sin tripas, sin mirada, sin arrojo, se ha regalado a lo ajeno, se ha despegado de sí mismo.

Tengo que admitir que no sé dónde cojones me perdí, pero sé cuándo: cuando dejé caer mis entrañas.


domingo, 16 de mayo de 2021

Dirección, sentido y movimiento.

 

Qué es la vida de un hombre si escasea de direcciones. Dirección, dícese del empuje que, dentro de la carencia de sentido y de toda profundidad que la existencia posee, incita al hombre a moverse.

Un hombre tiene pulso, no ve su movimiento, en su encuentro se pierde porque en sus adentros se siente en coherente carencia y se diluye en la cadencia de la conformidad.

Un hombre muere en vida al atender a leyes cuyo dictamen le es desconocido. Solo conoce que ese movimiento es lento, lánguido, sin fuerza, no viene de él.

El hombre no se mueve, se siente obligado a moverse.

jueves, 29 de abril de 2021

Dédalo e Ícaro.

 

“Hijo”, le dijo Dédalo a Ícaro, “yo te sacaré de aquí” e hizo del ingenio la cualidad necesaria para la libertad. Así, padre e hijo, escaparon del laberinto de Minos y volaron, no muy alto para que el sol se abstuviera de derretir la cera con la que las alas estaban construidas. No muy bajo, para que la espuma del mar no pudiera hacerlas inservibles.

La historia es conocida: la muerte de un chaval independiente en su deseo. Dependiente en su ingenio.

lunes, 19 de abril de 2021

La voz tomada

 

Cuando atiné a hablar me di cuenta que tenía la voz tomada y pensé que era la expresión más bonita que jamás había escuchado: la voz tomada.

Cuando uno tiene la voz tomada no la ha perdido, no se ha quedado sin voz, por el contrario esta está tomada. Tomada, como si uno la hubiese perdido contra voluntad. Un algo aparentemente ajeno había conseguido a robar algo tan mío como la voz. Entonces caí en la cuenta de que somos constantemente susceptibles de ser atravesados por sensaciones que, en su paso, toman de nosotros lo que consideran que les pertenece.

Yo, por mi parte, dejaba todo a su vista.

sábado, 3 de abril de 2021

Toda nuestra vida, a excepción de un instante

 

Nuestro pasado es, literalmente, toda nuestra vida a excepción de un instante.

Dejamos a la espalda nada más y nada menos que toda nuestra identidad, una identidad al cargo del nimio instante que manda acontecer al pasado.

Cuelga de nuestro instante toda la identidad que lo apuntala, que lo sostiene para ser el encargado de la a suma a la identidad pasada.

El niño tímido, el inexperto adolescente, el joven sin blanca (más aún si cabe), el corazón arrebatado, la confusión amorosa, la torpeza en el querer, el daño, la falta de trabajo, las ganas por el suelo, el miedo, el terror, la pereza, la puta pereza de los cojones. El llanto, el sexo, las risas, el alcohólico literato pretencioso de mierda del amor a la escritura como mantra.

Soy todo ello menos un instante,

Pero el instante manda.

 

El instante manda.

 

El instante manda.

sábado, 13 de marzo de 2021

Niñas vestías de agüela.

 

Dicen que el optimismo se cura con la edad, pero no los complejos.

Desde lejos uno se mira como si no fuera uno, como si desde lejos se viera mejor, y en ese vistazo uno se piensa vivo. Se aprende, mirándose uno desde lejos, a vivir con prudencia, a verse con vistazos, a suplirse por el ideal de lo objetivo pa olvidarse de que pa ser objetivo con uno mismo hay que, necesariamente, perder subjetividad, perderse.

Hay que olvidarse, pa sé objetivo, de que hay copia de llaves de piso, niñas vestías de agüela, acento güeno de la tierra, viejas a la fresca. Cabello canoso der sofá a la cama, juventú comíendose las pieles. Flore roja enganchá en er pelito de mi morena, choquito frito en barra de lata. Hay que orvidarse el alma en er trabajito y las ganita en la cama, se olvida uno, queriendo perderse, de la madre de uno, de las tostaítas de manteca, de los colacaito y de las palmas.

Se le hace a uno un bujero en el alma y, por perderse, no se entera.

Se olvida uno de quedarse y por olvidarse uno de uno, uno no se queda.

jueves, 28 de enero de 2021

Fuera el apocalipsis; dentro el caos.

 

Fuera de la habitación estaba el apocalipsis; dentro el caos: ropa arrugada sobre la cama, pañuelos empapados de semen y Dave Brubeck sonando en un portátil cuya lentitud era irritante. Fuera de la habitación el ritmo era acelerado; dentro de ella, demasiado lento. Sabía, dentro de mi habitación, que nadie tocaba mis cosas, que la mierda que había esparcida por el suelo era mía, los calzoncillos en la estantería, las tres tazas de tés sobre la mesa, todo ello llevaba mi nombre. Nadie era responsable de aquello más que yo, pero ni si quiera me inquietaba, era una verdad indubitable de la que me hacía cargo. Fuera caían de bruces los jóvenes en las farmacias, impartían lecciones de autoridad los más recatados académicos y las noticias enfrentadas combatían entre sí para ganarse mi confianza, pues de la confianza de los muchos está hecha la verdad. Los de fuera dicen que la responsabilidad de fuera es mía, dicen que creyendo en lo impropio hago daño a parte importante de lo de fuera, ¡lo impropio! Lo impropio que es lo propio de la contraria opinión, que opina que creyendo en lo impropio (que para la contraria opinión es lo propio) hago daño también a parte importante de lo de fuera. Cada uno tiene su lucha, dicen los apoderados de ambos impropios y dejan de discutir y se dan la mano y se abrazan llenos de culpa (ya sabéis, por hacer daño a parte importante de lo de fuera por creer en lo impropio) diciendo que bueno, son cosas del apocalipsis. Ese es el apocalipsis: la constante confusión interna por la batalla que todo lo impropio tiene con el fin de tener algo de propio.

Dentro, el caos; fuera el apocalipsis.

Dentro el punto, fuera los círculos.

Los de fuera saben de la diatriba y dicen que dentro no hay nada.

Los de dentro dicen que los de fuera les sudan los cojones.

Fuera lo siempre impropio. Dentro Dave Brubeck y sus 40 days.