En
los retazos de mi cerebro había un crío que sabía cómo mirar. Un crío que
conocía los secretos de estar completo y que, de momento, se comenzó a llenar
de carencias, a conocer la ciencia de avergonzarse, de callarse lo que sin
esfuerzo conocía, a ser menos mirada que influencia. Comenzó a cantarse las
cuarenta y, con él, cuarenta más le coreaban, se mermó en una marmita cocida a
fuego lento y él, que era puro cimiento, se creyó incapaz. Creyó lo que quiera
que fuera que se decía que era veraz y se tapó los argumentos. Ocultó sus
adentros, escuchó por vergüenza y, casi sin querer, aprendió a mirar con los
ojos de otro.
Y
ahora el crío me mira con esa mirada primera, sabiendo dejar de ser cualquiera.
Y
yo lo miro a él y pienso “eh, yo a ese crío sí lo conozco”
No hay comentarios:
Publicar un comentario