jueves, 6 de febrero de 2020

Una llamaíta de gente que quiero.


Él y Ella. Y yo. Pero sobre todo Ella.

No había barras de bares sacadas de una novela americana de los años veinte del siglo pasado, tampoco alcohol, ni el relato de un escritor veinteañero en ciernes iluminado por la autodestrucción del patanatas pretencioso de Budkowski. Solo una llamada telefónica. Una llamada generacional, de modo que lo que sigue os sonará.

La llamada era la queja de quien cree en la promesa del sueño que de pequeño nos vendieron; de quien sigue con excelencia y destacando el camino que culmina en la cumbre donde se puede vislumbrar el momento exacto en que se torció todo. El momento exacto en que nos comimos la engañifa. Y aquí estamos: andaluces, sin un duro y culpabilizados por una frustración que por sistema nos oprime los hombros.

Okey Campeona, aceptemos que, por ahora, nos están ganando. Aceptemos que la presión de los hombros seguirá en la misma posición y que la tensión de las contracturas se yerguen orgullosas por saberse duraderas.

Pero a mí estos hijos de puta no me van a robar un minuto más del necesario.

E irte a la calita más bonita de nuestra tierra y follar hasta sentirse renacer, en este mundo de mierda, es hasta revolucionario.

Que se han quedao tó estos cabrones,
Pero en tu hambre mandas tú, cojones.

Y que la vida se nos escapa, pero con una furgona se le puede alcanzar, fasi.

Un abrazo Campeona. Seguimos luchando.

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