Él
y Ella. Y yo. Pero sobre todo Ella.
No
había barras de bares sacadas de una novela americana de los años veinte del
siglo pasado, tampoco alcohol, ni el relato de un escritor veinteañero en
ciernes iluminado por la autodestrucción del patanatas pretencioso de
Budkowski. Solo una llamada telefónica. Una llamada generacional, de modo que
lo que sigue os sonará.
La
llamada era la queja de quien cree en la promesa del sueño que de pequeño nos
vendieron; de quien sigue con excelencia y destacando el camino que culmina en
la cumbre donde se puede vislumbrar el momento exacto en que se torció todo. El
momento exacto en que nos comimos la engañifa. Y aquí estamos: andaluces, sin
un duro y culpabilizados por una frustración que por sistema nos oprime los
hombros.
Okey
Campeona, aceptemos que, por ahora, nos están ganando. Aceptemos que la presión
de los hombros seguirá en la misma posición y que la tensión de las
contracturas se yerguen orgullosas por saberse duraderas.
Pero
a mí estos hijos de puta no me van a robar un minuto más del necesario.
E
irte a la calita más bonita de nuestra tierra y follar hasta sentirse renacer,
en este mundo de mierda, es hasta revolucionario.
Que
se han quedao tó estos cabrones,
Pero
en tu hambre mandas tú, cojones.
Y
que la vida se nos escapa, pero con una furgona se le puede alcanzar, fasi.
Un
abrazo Campeona. Seguimos luchando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario