sábado, 29 de febrero de 2020

Resistente


Se nos cae el tiempo, ya el cuerpo lo sabe.

Está suave el viento, me abre los adentros sin llave.

Y me recuerda que se nos cae el tiempo y que me siento a verlo, como si la vida que se lleva no fuera la mía.

Que se queja enojada porque su cara bermeja no deja la impronta que debería.

Le digo a la vida mía que son los burócratas los que me roban lo que es suyo, y le llora el orgullo porque sabe que no hay mayor capullo que aquel al que le sobra resistencia.

Me dice que solo quien es cristal aprende a esquivar los golpes y que es mediocre el que nada resulte lo suficientemente insoportable como para no romperse.

Me dice que el mundo está lleno de resistentes que ven que se les cae el tiempo y que se sientan a verlo, como si la vida que se lleva no fuera la suya.

miércoles, 26 de febrero de 2020

Un solo trazo.


Confieso que las confesiones me dejaron de importar, que la fuerte impronta que me dejaban ya no deja más huella que la calima de una noche de verano, me son en vano. Y no es que ya no exista un interés por dirimir los entramados de un pensamiento complejo, los sentimientos espejo que miran de soslayo, los silencios que, a modo de puzle, se me ponen sobre la mesa. Pero pienso en aquello y se me antoja el ensayo, el borrador del trazo firme, el tímido temblor inseguro de quien no sabe si quiera si quiere pintar.

Y entonces me callo, y ya no hablo de la filosofía más vitalista, ni de argumentos enrevesados, atados a la impresión que pudiera provocar. Modificables por la asquerosidad admirable de la complejidad.

Y diré que yo ya no quiero hablar, ni ser el brillo que se cree excepción digna de ser alabada.

Quiero besar, querer con el pecho y sonreír al sentir el sol en mi cara.

Y quizás, con suerte, soltar alguna carcajada.

jueves, 6 de febrero de 2020

Una llamaíta de gente que quiero.


Él y Ella. Y yo. Pero sobre todo Ella.

No había barras de bares sacadas de una novela americana de los años veinte del siglo pasado, tampoco alcohol, ni el relato de un escritor veinteañero en ciernes iluminado por la autodestrucción del patanatas pretencioso de Budkowski. Solo una llamada telefónica. Una llamada generacional, de modo que lo que sigue os sonará.

La llamada era la queja de quien cree en la promesa del sueño que de pequeño nos vendieron; de quien sigue con excelencia y destacando el camino que culmina en la cumbre donde se puede vislumbrar el momento exacto en que se torció todo. El momento exacto en que nos comimos la engañifa. Y aquí estamos: andaluces, sin un duro y culpabilizados por una frustración que por sistema nos oprime los hombros.

Okey Campeona, aceptemos que, por ahora, nos están ganando. Aceptemos que la presión de los hombros seguirá en la misma posición y que la tensión de las contracturas se yerguen orgullosas por saberse duraderas.

Pero a mí estos hijos de puta no me van a robar un minuto más del necesario.

E irte a la calita más bonita de nuestra tierra y follar hasta sentirse renacer, en este mundo de mierda, es hasta revolucionario.

Que se han quedao tó estos cabrones,
Pero en tu hambre mandas tú, cojones.

Y que la vida se nos escapa, pero con una furgona se le puede alcanzar, fasi.

Un abrazo Campeona. Seguimos luchando.