Con una soberbia
deplorable decidimos que los hijos nos hacían esclavos y que la soledad era la
libertad, que era idiota aquel que decidía permanecer en el lugar donde vino al
mundo para crear, de la nada, pureza.
Nos equivocamos, nos
equivocamos porque el contexto nos confundió. Siempre pensamos que éramos
nosotros los que provocábamos la situación idónea en función de nuestros
deseos. Somos idiotas. Por el contrario, era la misma situación, el mismo
contexto el que modificaba nuestro comportamiento y maleaba nuestra psique a
fin de que se amoldara a su figura.
Y ese contexto, esa
situación, todo aquello que queda fuera de nuestra decisión, todo aquello es lo
que modifica nuestras decisiones para que encajemos en el mundo.
Digamos que el contexto
es un ente vivo, un monstruo biológico en el que estamos inmersos y que
nosotros, dentro de él, no somos más que componentes modificables para su
supervivencia. Lo que me hace pensar que mis ansias de viajar y mi desapego al
compromiso amoroso no es más que una derivación a posteriori de un contexto
económico desfavorable. Un contexto que me obligaba de pleno a desechar la
posibilidad de desarrollar una vida estable dentro del país en el que nací, por
eso lo deseché, por eso creí que no me gustaba.
Fue la falta de
economía la que me convirtió en viajero, que no se nos llene la boca repartiendo
lecciones por haber contemplado mayor diversidad de paisajes.
Puesto que, entre esos
paisajes, conocí a quien rebosaba felicidad sin si quiera haberse alejado
treinta kilómetros del lugar donde nació.
No hay comentarios:
Publicar un comentario