domingo, 24 de diciembre de 2017

Treinta kilómetros.

Con una soberbia deplorable decidimos que los hijos nos hacían esclavos y que la soledad era la libertad, que era idiota aquel que decidía permanecer en el lugar donde vino al mundo para crear, de la nada, pureza.
Nos equivocamos, nos equivocamos porque el contexto nos confundió. Siempre pensamos que éramos nosotros los que provocábamos la situación idónea en función de nuestros deseos. Somos idiotas. Por el contrario, era la misma situación, el mismo contexto el que modificaba nuestro comportamiento y maleaba nuestra psique a fin de que se amoldara a su figura.
Y ese contexto, esa situación, todo aquello que queda fuera de nuestra decisión, todo aquello es lo que modifica nuestras decisiones para que encajemos en el mundo.
Digamos que el contexto es un ente vivo, un monstruo biológico en el que estamos inmersos y que nosotros, dentro de él, no somos más que componentes modificables para su supervivencia. Lo que me hace pensar que mis ansias de viajar y mi desapego al compromiso amoroso no es más que una derivación a posteriori de un contexto económico desfavorable. Un contexto que me obligaba de pleno a desechar la posibilidad de desarrollar una vida estable dentro del país en el que nací, por eso lo deseché, por eso creí que no me gustaba.
Fue la falta de economía la que me convirtió en viajero, que no se nos llene la boca repartiendo lecciones por haber contemplado mayor diversidad de paisajes.

Puesto que, entre esos paisajes, conocí a quien rebosaba felicidad sin si quiera haberse alejado treinta kilómetros del lugar donde nació.

No hay comentarios:

Publicar un comentario