Pongamos que todo es normal, las piezas están en su sitio, la cordura está donde la dejaste, justo al lado de la mesita de noche, junto al cabecero, que todo se tiñe de la normalidad más abrumadora, que lo excitante y lo aburrido, lo extremo y lo corto, el infierno y el edén se esfuman, simplemente no existen, la montaña rusa es una autopista con límite de cien, que no existe posibilidad alguna de saltarse esa normalidad, que por ley innata inmanente a nuestra naturaleza fuera imposible sonreír más de un número limitado de horas o dejar tu trabajo, que por ley natural no hubiera posibilidad de salirse de la norma, que los días fueran la medida que abarcara lo que el promedio de los consiguientes será de aquí a la muerte, que el desorden no fuera más que una ilusión, que quien destaque lo hiciera por el matiz más sutil e insignificante.
Pues me juego mis cojones a que competiríamos en la carrera por la muestra de nuestra insignificante felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario