Sentí cómo me miraba desde que entró por la puerta, supongo que es la soberbia del traje, o los andares no aprendidos de lo que se entiende ahora por triunfador, no se, quizás fuera la tranquilidad de tener el suficiente dinero en el bolsillo para gastar lo que deseara sin abarcar la necesidad de la más mínima preocupación.
En cualquier caso, estaba solo y decidió sentarse frente a mí, en la barra de mi bar.
-Un whisky con hielo, camarero- dijo, decidiendo apartar la mirada, como si de repente no fuera ni si quiera de importancia como para despreciarme.
-Aquí tiene, abogado -respondí.
Creo que fue la forma arenosa en la que pronuncié la última palabra la que le hizo salir un tanto de su inopia y volver a mirarme a los ojos. Pero con dos palabras no se cambia a una persona, y en su boca se abrió la más arrogante de las sonrisas.
-Dígame, camarero, ¿Qué opina usted de la desfachatez de los libros Budkowski?
-Lo siento caballero, no he tenido nunca ni dinero para comprar libros ni tiempo para leer.
Se rió con autosuficiencia.
-No te preocupes, hombre -contestó emulando amistad con ese toque irónico tan característico de quién se siente superior-. Hablemos entonces de arte. ¿Has visitado alguna vez el museo del prado? Mis padres me llevaban viernes tras viernes desde los doce años.
-Tampoco puedo ayudarle en ese tema, tiendo a intuir que mis viernes desde crío fueron muy distintos a los suyos.
-¡De algo sabrá usted camarero! Hablemos de la universidad ¡Seguro que aprendiste algo allí!
No hacía falta ser un lince a esas alturas como para saber que nunca había puesto un pie en la universidad. Quería indagar en la herida.
-Nunca he ido a la universidad, ha sido un gasto que nunca pude pagar.
Se le apagó la sonrisa poco a poco para dar forma a una mueca de superioridad, mientras daba un trago al whisky que le serví, se desajustó un poco la corbata y volvió a hablar.
-No te culpo por ser un inculto, tu lo has tenido más difícil que yo.
-Estamos en equidad entonces- respondí adoptando la sobriedad en mi sonrisa, llenando de autoridad mi rostro y logrando que el orgullo de ser quién soy se apoderara de mí.
Me miró, preguntando, rogando una explicación, no creo que hubiera ya altivez en su cara, solo desconcierto, solo duda. Concecí y me expliqué.
-No te culpo por ser un gilipollas, tú lo has tenido más fácil que yo.
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