Un domingo hace cuarenta años estuve en el parque, me gusta leer a Paulo Coelo mientras miro por el rabillo del ojo como las nuevas generaciones se divierten con los mismos columpios que me divertí yo en la ternura de mi niñez.
Ana, la protagonista, estaba de viaje con Pablo, acababan de entrar a una ermita por la fuerza por deseo de ella y con el impulso de él.
-¿Por qué has hecho es...
Frente a mí, en el otro banquito, había un señor, tuve que fijarme en él, tenía barba espesa y sonrisa agradable, en cada muesca de la comisura de sus ojos escondía una historia, era la cara de la sabiduría, de quién ha tenido la paciencia de aprender de cada error que comete.
-¡Abu abu! ¡Mira lo que hago!
¡Qué infancia la de esa pequeñaja! ¡Qué suerte la suya de poder aprender de alguien tan intrigante!
-¡Anda! ¡Pequeña Patricia, hazlo de nuevo mientras tu abuelo se toma una manzana!
-¡Vale! ¡Pero luego me harás el "upa upa"!
-jajajajajajaja ¡Claro pequeñaja! ¡Como cada domingo!
Ese señor introdujo ambas manos en el bolsillo de su abrigo de pescador y sacó una manzana con la mano derecha y del bolsillo izquierdo sacó... ¿¡Un cuchillo!?
¿Iba a usar cuchillo para comerse la manzana?
¡Qué estrambótico! Siempre pensé que era mucho mejor comérsela a mordiscos, que fortalecía las encías y la fibra de la piel...
¡Qué demonios! ¡aquel hombre cortaba las porciones de manzana con sumo cuidado! ¡Con una maestría digna de un chef! ¡No podía ser que lo hiciera sin ningún motivo! ¡Seguro que era mejor comerse la manzana a porciones! ¡Él había descubierto el secreto de las manzanas!
A partir de ese momento lo decidí jamás volvería a comerme una manzana sin cortarla a porciones.
¡Hoy tengo setenta años y puedo afirmar sin miedo a equivocarme que tomé la opción correcta, jamás me supieron mejor las manzanas!
-jajajajajajaja ¡Claro pequeñaja! ¡Como cada domingo!
Le dije a mi nieta Patricia, era tan guapa como su madre, pero no más que su abuela, su pelo rojizo era idéntico al de su abuela, como la añoraba.
Saqué la manzana que llevo cada domingo, y el cuchillo para cortarla. cómo me recordaba a su pelo...
Hubiera deseado volver a tener mandíbula para arrancarle la carne a mordiscos, como antaño, como a ella, como entonces.
Moraleja: Quizás deberíamos imitar menos y pensar y sentir más.
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