Sugirió
que mi lengua se le asemejaba a la de un perro, no sé si por guarra o por
áspera. Que mi actitud era la de un perro, me dijo, pero había una cáscara que
se me resquebrajaba y no me encariñaba tanto como a mi pecho de chucho le
hubiese gustado. Como un perro me dijo que era, no sé si por mi condición
faldera de la que organicé mi huelga indefinida, por mi naturalidad al retozar
o por mis ganas de correr(me) a su vera.
¿Cómo
un perro? Quizás uno hosco, tosco y con malas pulgas, que comulga con la
sagrada religión de sí mismo, que trata de cerrar el abismo que le abrieron en
el alma, que traga la baba santa y ladra pa rebelarse contra la pena.
Como
un perro, con el que las perras juegan.
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