Me
preguntaba si aún me quedaba algo en la parte ajada del corazón. O si, como
pensaba, la raja había desbaratado la porción mayor de lo que de valor
conservaba. Me cuestionaba si lo que lo inflaba ahora era el rencor, a la vera
de una especie de baba pastosa incapaz de curar la herida. Lágrima sin cabida,
vida satírica práctica, pero sin vuelco alguno. Sabía que hacía tiempo que no
recibía lametones en la aurícula y que la película que me monté la cabalgaba uno
que montaba mejor.
Como
digo, me preocupaba el corazón, sus aurículas, sus ventrículos, su aorta y su
capacidad para aguantar la presión.
Se
había hecho fuerte, y así latía, decía el cardiólogo que tenía una buena vena
cava. Que la envidiaba, mientras yo me preguntaba cómo era posible que no la
sintiera yo.
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