Escuchar la música que
hace quince años te revolvió las tripas te pone en perspectiva: ¿sigue siendo
uno sensible a que las tripas se le revuelvan o la calma ha robado lo
suficiente la atención de uno como para creer que las necesidades de las tripas
debían de pasar a un segundo lugar?
Le enfrenta a uno a la
pregunta estrella “¿dónde cojones dejé mis tripas?” Se ve entonces obligado a
buscarlas en algún punto entre el presente y hace quince años porque se hace
evidente que uno, sin tripas, se ha convertido en la mayor mierda que podría
imaginar. Sin tripas, sin mirada, sin arrojo, se ha regalado a lo ajeno, se ha
despegado de sí mismo.
Tengo que admitir que no
sé dónde cojones me perdí, pero sé cuándo: cuando dejé caer mis entrañas.