El hombre fuerte se
sujetó las debilidades y cogió camino. Gastó suela y aunque doliera la lejanía
decidió no frenar. Calmaba su corazón cuando éste galopaba y le apretaba el
pecho. Aceptaba lo hecho y se rehacía cuando yacía maltrecho entorno a villa
desengaño.
El hombre fuerte
carecía de quejas y aunque no de carencias, las recortaba. Se perdía
constantemente y siempre que se buscaba perdía la brújula y el norte, aunque
sabía que añoraba el sur, pero no desesperaba, respiraba y apostaba por otro
paso más.
El hombre fuerte carga
con tres elefantes, uno por cada carga que se decidió por consenso que otros no
debían cargar. Sal en las heridas, levanta ampollas, ahorra en comida, detesta
las joyas, se calma con la bebida y se saca la cabeza del culo para lavarse la
cara antes de que el amanecer le pille despistado.
“Nunca cambias” le
dijeron al hombre fuerte.
El hombre fuerte llora
vencido por la añoranza en una cama lejos de absolutamente todo. Con el pecho
roto y el alma derramada dice que no se quiere levantar.
Dice que quien dijo
aquello se merece errar.
Dice que un hombre
fuerte tiene derecho a cambiar.