Mirando entre mis pies, con la cabeza incrustada en la mesa y con la cara arrugada, en la mueca más triste que puede tener la cara de un hombre, me desesperaba. No pensaba, me resquebrajé.
Y ahora, con la calma silente que da el tiempo, con los brazos tras mi nuca y los ojos clavados a martillazos en la atmósfera, me pregunto: ¿En qué momento se jodió todo?
Las ilusiones se convirtieron en delirios de grandeza, los sueños en una actitud inmadura y el amor en desventuras. Y ante esa horrible evidencia solo queda encogerse de hombros y seguir escribiendo, encogerse de hombros y seguir sintiendo, aunque seguir perdiendo sea lo que eso signifique.
Pero la suerte la cosen manos hechas de seda.
Y hacer lo que nos nace, es lo único que nos queda.
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