sábado, 23 de julio de 2016

Gente Corriente.

No es el deber lo que debe de moverte.

De modo que la obligación la dejaremos en la esquina, en esa sucia esquina en la que se acurruca la miseria que con histeria abrazas cuando en tu búsqueda solo encuentras desconsuelo.

Esta es una carta que, en segunda persona, ataca al ego, una carta que sirve como entrenamiento, en el conocimiento de uno mismo, que ya sé que acojona mirar al abismo de uno, pero recordemos que el problema no estriba en que mirar al propio abismo nos induzca a estar jodidos.

El problema estriba en que si tenemos un abismo dentro, de esos que dan vértigo, significa que nos hemos llenado de vacío.

Necesitamos seguir escribiendo, seguir pensando y sintiendo, esquivando las directrices en nuestro tiempo libre, apostar por una libertad consciente y no casual, que sea consecuente con la carga impuesta y que atenta contra uno mismo cuando, por falta de pensamiento, deja de ser libre. Esa es la clase de libertad que hemos de buscar.

Esto es una carta que opta a remover el óxido de mis palabras que resuenan viejas de no moverse, que perdieron el hilo y no tienen argumento al que atenerse, que ya no saben contar glorias y penas de historias en cadena a punto de romperse.

No vuelvan a preguntarme si estoy bien, los imbéciles siempre están bien y sonríen orgullosos de lo hecho.

Pregúntenme si soy consciente, y si siendo consciente, estoy satisfecho.

Este es un texto, uno cualquiera, uno disperso de esos que a penas dicen nada, de brillo opaco y de excelencia ausente.

Un texto que busca la garantía del dueño de dejar de ser gente corriente.



"Al fin y al cabo tú eres el autor de La Preciosidad".

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