Fuera de la habitación
estaba el apocalipsis; dentro el caos: ropa arrugada sobre la cama, pañuelos
empapados de semen y Dave Brubeck sonando en un portátil cuya lentitud era
irritante. Fuera de la habitación el ritmo era acelerado; dentro de ella,
demasiado lento. Sabía, dentro de mi habitación, que nadie tocaba mis cosas,
que la mierda que había esparcida por el suelo era mía, los calzoncillos en la
estantería, las tres tazas de tés sobre la mesa, todo ello llevaba mi nombre.
Nadie era responsable de aquello más que yo, pero ni si quiera me inquietaba,
era una verdad indubitable de la que me hacía cargo. Fuera caían de bruces los
jóvenes en las farmacias, impartían lecciones de autoridad los más recatados
académicos y las noticias enfrentadas combatían entre sí para ganarse mi
confianza, pues de la confianza de los muchos está hecha la verdad. Los de
fuera dicen que la responsabilidad de fuera es mía, dicen que creyendo en lo impropio
hago daño a parte importante de lo de fuera, ¡lo impropio! Lo impropio que es
lo propio de la contraria opinión, que opina que creyendo en lo impropio (que
para la contraria opinión es lo propio) hago daño también a parte importante de
lo de fuera. Cada uno tiene su lucha, dicen los apoderados de ambos impropios y
dejan de discutir y se dan la mano y se abrazan llenos de culpa (ya sabéis, por
hacer daño a parte importante de lo de fuera por creer en lo impropio) diciendo
que bueno, son cosas del apocalipsis. Ese es el apocalipsis: la constante
confusión interna por la batalla que todo lo impropio tiene con el fin de tener
algo de propio.
Dentro, el caos; fuera
el apocalipsis.
Dentro el punto, fuera los círculos.
Los de fuera saben de
la diatriba y dicen que dentro no hay nada.
Los de dentro dicen que los de fuera les sudan los cojones.
Fuera lo siempre impropio.
Dentro Dave Brubeck y sus 40 days.